Reencuentro en Gaia
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Foto de Daniel B |
escrito por José S. Ponce
Fue vista por primera vez en México, en lo que hace años todavía era la selva Lacandona. Algunos pensaban que era una deidad Maya. La selva brotaba de sus pies, de vida son sus huellas.
Enedina caminaba cerca de un lago de agua cristalina, se reía de felicidad pues hasta hace poco era una estercolera. Observó una silueta femenina, sabía que era una diosa o algo más: la tierra misma. Miró su ligereza al caminar, se admiró al notar que la seguía una ola verde, una marea de vida que nacía a su paso. Avanzó detrás de ella y pronto sus pies quedaron cubiertos de musgo. Lo tocó, disfrutó de su suavidad. Sintió un cosquilleo que le recorrió por las piernas, cansadas de tanto andar. Se detuvo a observar sus facciones, las comparó con las suyas. Son tan similares que Enedina pensó que, si ella también llevara huipil, las dos parecerían hermanas. Sin embargo, Enedina nunca aprendió a tejer, no hubo quien le enseñara, era un arte ya perdido en su familia.
La entidad parecía no notarla, Enedina escuchó de ella hace tiempo. Se hablaba de un demonio que volvía inútiles las máquinas, de un monstruo que terminaba con los hombres y que devolvía la vida a las bestias. Pero Enedina lo único que ve es el lago como nunca lo había visto, como siempre soñó que lo vería. Aunque con tantos años encima ya tenía la esperanza perdida.
Se alisó la ropa y se pasó una mano por el cabello, le alegraba estar presentable para la ocasión. Su abuela le había platicado que aquel día llegaría. El día en que la tierra reclamaría lo que le pertenecía. Por eso no sentía miedo, ni aún cuando el musgo la iba cubriendo; estaba lista para cualquier cosa. Se sentó sobre sus rodillas y recordó que su abuela solía sentarse así mientras trenzaba su cabello con olor a naranja. De niña esa era su fruta favorita, pero hace más de 40 años que no probaba una; encontrarlas era imposible, habían desaparecido hace mucho. Las plagas, los desastres naturales y el acaparamiento de los poderosos habían acabado con ellas y con todo.
Pensar en su familia le hizo darse cuenta de que la deidad tenía los mismos ojos que ella, negros y grandes; dicen que también así eran los de su madre. Cerró los ojos, pudo verla, aunque no la conoció, estuvo presente toda su vida. Se preguntaba si en la tierra por fin se unirán las dos. Enedina observó el avance del musgo que la cubría, detectó la vida que resonaba a través de él, sentía que se integraban, que se volvía parte de ella y ella parte de él: su sustrato.
El musgo la seguía cubriendo, le rodeaba los brazos. Ella recordó a su hijo y a su nieto. Estaba segura de que la esperaban, que iban a buscarla. Se preguntaba si recordaban que debían mantenerse unidos, compartir la comida, esperaba que mantuvieran sus tradiciones porque fue gracias a eso que su pueblo logró sobrevivir a la catástrofe. Pero también supo que ya no tendrían que filtrar el agua, que quizás los animales regresarían, que su gente ya no pasaría hambre. No estaba segura, pero sabía que ellos no correrían con la misma suerte. No todos morirían, eso la hacía tan feliz, aunque esperaba que los que quedaran no cometieran los mismos errores de sus antepasados.
Gaia caminó hasta dónde Enedina estaba sentada. Poso las manos en su cabeza, la miró directo a los ojos y le sonrió como a una hija. El musgo llegó hasta su nariz y así la cubrió toda. Enedina cerró los ojos y abrazó a su madre.
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➤ José es un escritor mexicano que compagina la literatura con la biología. Algunas de sus obras son:
- "Aquel día" (2023) Revista Exogénesis No. 4
- "El segundo cerebro" (2023) Revista Teoría Ómicron
- "Un niño bueno" (2023), Revista Retazos de ficción
- "Una bestia distinta" (para 2023) Revista Espejo humeante No. 15.5
- "El dios dragón" (para 2024), Revista Espejo humeante No. 16.5
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