Pasando por el cementerio

Foto de Brett Sayles

escrito por Pedro Arturo Menéndez García

    Todas las tardes, cuando salía de mi centro laboral, tenía obligatoriamente que pasar frente al cementerio de mi pueblo. En la mayoría de las veces lo hacía en un horario en que todavía era de día, pero en ocasiones, por tener mucho trabajo que hacer, me cogía ya la noche.

    Nunca el pasar por el cementerio me creaba algún temor, ya que sabía que los que allí reposaban eran fallecidos que, una vez enterrados, no podían hacer nada que no fuera descansar el sueño eterno.

    Una parte de aquel cementerio, principalmente en la puerta de entrada, se encontraba iluminada, pero el resto se mantenía oscura totalmente. Como se encontraba en una zona alejada en las afueras del pueblo era una zona muy descampada y el aire circulaba con fuerza y hacía que los árboles, que en el interior se encontraban, batieran sus ramas y emitieran un sonido que se escuchaba en todo el territorio. Eso asustaba a muchas personas que hablaban de que aquellos sonidos eran el canto de los muertos.

    Yo nunca creí en esas habladurías.

    Una de aquellas tardes en que me cogió la noche cuando pasaba por el lugar me llegó una voz extraña que, con el sonido de los árboles, no se podía escuchar bien. Me pareció que se trataba de alguien que se estaba dirigiendo a mí. Me detuve para tratar de escuchar y más o menos lo que oí fue algo así como:

    —Pepe, te estamos esperando. Acábate de morir para completar la partida de dominó…

    Claro, miré en todas las direcciones pero no había nadie cerca. De todos modos, pensé que se trataba de alguna broma de algún amigo que sabía que yo tenía que pasar por el lugar y trató de asustarme.

    Si era lo que yo imaginaba, no le iba a hacer el juego y me hice el desentendido y seguí mi marcha alejándome del lugar.

    Dos días después, cuando en otra ocasión me volvió a coger la noche, al pasar frente al cementerio me llegó de nuevo aquella voz que, en esta ocasión, como no había mucho aire, la pude escuchar mejor:

    —Pepe, ¿cuándo vas a acabar de morirte? Queremos completar la mesa para el juego de dominó que quedó inconcluso hace unos días…

    Entonces comprendí con mayor claridad que tenía que ser alguien conocido, sobre todo de los que trabajaban en mi centro de trabajo quienes sabían que ese día me cogería de nuevo la noche y querían asustarme.

    Pero lo que más me llamó la atención era que me estaban hablando de una partida de dominó que es cierto que días atrás estábamos jugando en la casa de un vecino, el cual también trabajaba junto conmigo, y en medio de la partida le dio un infarto fulminante. Mi amigo Segismundo falleció en el lugar dejando la partida interrumpida.

    Aquello me corroboraba más de que se trataba de uno de los otros tres que jugábamos esa tarde aquella partida de dominó y que, coincidentemente, todos trabajábamos en el mismo centro porque de lo contrario no había otro testigo de aquel suceso. A no ser que fuera algunos de los vecinos que acudieron al lugar al oír nuestro llamado de socorro o de los paramédicos que llegaron a ayudar a Segismundo cuando ya era tarde. Pero estos no eran conocidos nuestros y no podían saber nada acerca de nuestras relaciones laborales.

    De nuevo me hice el de la vista gorda y, para no darle pie al que lo estaba haciendo, seguí mi camino como si nada hubiera ocurrido.

    Tampoco al día siguiente en el trabajo comenté este suceso con ninguno de mis compañeros pensando que entre ellos estaría el que lo estaba haciendo y tenían que ser, indudablemente, los otros dos que junto a mí nos encontrábamos aquel fatídico día.

    Seguí trabajando como si todo estuviera normal, pero no dejaba de prestar atención a Juanito, el empleado de limpieza, ni a Andresito, el cocinero, que eran los otros dos que ese día jugábamos. Trataba de ver si en alguno se reflejaba en su rostro algo que me hiciera pensar que se trataba del que me estaba haciendo aquel mal. Pero nada, todos seguían al igual que yo, en sus obligaciones de la forma habitual.

    Pasaron varios días en que, como terminaba temprano, pasaba por el cementerio con la claridad del día y no se había vuelto a escuchar nada.

    Llegó otra de aquellas tardes en que me cogió la noche y al pasar por frente al cementerio, aunque traté de pasar lo más rápido posible, me llegó de nuevo aquel llamado:

    —Pepe, no nos hagas esperar más y acábate de morir, que queremos completar la mesa del dominó y solo falta una persona…

    Bueno, entonces, aunque hice lo mismo, o sea, irme del lugar rápido, igual escuché la voz. Aquello me hizo pensar en que tenía que encontrar a aquel personaje que me estaba haciendo aquello.

    Esa noche en mi casa hice mis cálculos. Andresito el cocinero estaba de vacaciones y no podía haber estado en el trabajo ese día para saber que me iba a coger tarde, por lo tanto solo quedaba Juanito y sin dudas tenía que ser él.

    Esperé al día siguiente, que, aunque había terminado temprano en el trabajo que estaba haciendo, para salir del centro un poco más tarde de manera que me cogiera la noche, de modo que al pasar por el cementerio volviera a repetirse aquel llamado. Para no tener dudas esperé a que Juanito se hubiera ido antes que yo del trabajo para que pudiera llegar al cementerio antes de que yo lo hiciera.

    Cuando ya él se había marchado, minutos después salí yo. Quería cogerlo de sorpresa para que no me pudiera hacer aquella maldad de nuevo.

    Al pasar por el cementerio de nuevo escuché el llamado:

    —Pepe, compadre, no seas terco y acábate de morir, que te estamos esperando…

    Fue entonces que me paré frente al lugar de donde me parecía que salía aquella voz y le grité:

    —¡Juanito, te vas para el carajo! No jodas más y déjate de hacerme esto que estás muy viejo para esta gracia.

    Pero sucedió otra cosa. La voz que me llego entonces no fue igual y lo que escuché me dejó paralizado:

    —Pepe, tú sabes que aquel día el que se murió fui yo, Segismundo, y te estaba ganando la partida cuando me dio el infarto.

    Aquello me erizó, pero como yo no creo en los muertos le volví a gritar:

    —¡Segismundo tú eras el que estaba perdiendo la partida y del berrinche que cogiste te dio el infarto, así que sigue tranquilo en tu tumba que yo no voy a jugar más dominó contigo!

    Dio la casualidad de que Juanito estaba llegando al lugar en ese momento porque había regresado al trabajo a recoger algo que se le quedó. Significa que no podía ser él…

    ¿Y quién es entonces: Segismundo…, el muerto…?

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  ➤ Pedro es un escritor cubano con una gran pasión por las letras y los sucesos sobrenaturales.

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