La coleccionista
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Foto de Pixabay |
escrito por Cristina Portalés Ricart
La salud mental es esencial, la mente controla nuestro cuerpo, nuestras acciones, deseos... ¿Alguna vez te has preguntado, quién o qué controla tu mente?
Corría el año 2080. Eimi consiguió un tecneuroespejo de contrabando, pero no uno cualquiera, sino la primera versión que se utilizó en una clínica; como buena coleccionista que era, no se hubiera conformado con menos. La pasión por coleccionar objetos la heredó de su padre, un reconocido filatélico. Pero la niña le salió ingeniera, no sentía interés por las monedas, desde muy pequeña le apasionaban los ordenadores. Al cumplir siete años, su padre le regaló un Spectrum, una tecnología arcaica para su época, pero que aún funcionaba. Le contó la historia del objeto, que fue uno de los microordenadores domésticos más populares de finales del siglo XX, y se pasaron horas jugando al Skool Daze y al Knight Lore. Luego le dijo que era una afortunada por tener un Spectrum que aún funcionara, quedaban muy pocos en el mundo, era un objeto de colección. Eimi se sintió muy especial, y así comenzó su pasión por coleccionar objetos tecnológicos.
El tecneuroespejo que acabada de adquirir se lo vendió Julio, un neurólogo jubilado que había trabajado en la recientemente desmantelada clínica Épsilon. Julio había iniciado su carrera científica siendo becario en el equipo del prestigioso Dr. García, inventor de los espejos inmersivos para realizar terapias o, como técnicamente eran conocidos, tecneuroespejos.
Los espejos siempre habían fascinado al Dr. García como fuente de percepción ilusoria. En la clínica, trabaja en terapias por medio de espejos tradicionales para la rehabilitación motora de pacientes con parálisis cerebral, para tratar el dolor y también para el tratamiento de trastornos de ansiedad. Pero una visita fortuita a una instalación interactiva de los investigadores del Laboratorio de Luz, cambió su vida profesional. Era el año 2005 cuando vio por primera vez El Usuario Aumentado, una aplicación de realidad aumentada que simulaba unos espejos, construidos mediante la combinación de retroproyecciones en grandes pantallas y webcams. Los investigadores habían creado el efecto de cambiar el aspecto que las personas percibían de sí mismas mediante la superposición de modelos tridimensionales sobre su propia imagen.
Aunque la aplicación era bastante rudimentaria y con fines puramente creativos, lo que maravilló al Dr. García era el efecto que causaban en las personas; cambiaban el modo de moverse, de gesticular, de interactuar, de percibirse a sí mismas en consonancia con los modelos sintéticos. Por instantes, parecía que amoldaban su personalidad a su nueva imagen. El Dr. García pasó horas delante de uno de esos espejos, observando el comportamiento de los que se miraban en ellos. A la mañana siguiente esbozó el primer diseño del tecneuroespejo, que no se hizo realidad hasta dos décadas después, pues la tecnología que buscaba era mucho más compleja: Una superficie que al mismo tiempo fuera capaz de capturar y emitir luz.
* * *
Cuando el personal encargado de hacer el inventario del material que quedaba en Épsilon tras el cierre se percató de la desaparición de tal valioso elemento, informaron a las autoridades que abrieron una investigación con la finalidad de intentar recuperar aquel artilugio tan deseado por unos y temido por otros, aunque definitivamente obsoleto desde el punto de vista tecnológico.
Atraída por esa tecnología arcaica y por todas las habladurías y supersticiones que giraban a su alrededor, nada le hacía sospechar a Eimi las verdaderas consecuencias que podría tener el utilizar un espejo de esas características, retirado del mercado hacía muchos años. Parecía no ser consciente de que tenía entre sus manos una tecnología tan poderosa como peligrosa. Atractiva, eso sí. La coleccionista de rarezas tecnológicas tenía especial interés por el modelo de aquel tecneuroespejo, ya que fue el primero que llegó a utilizarse por el equipo del Dr. García. Él y otros grupos de neurólogos lo usaron para tratar trastornos mentales en pacientes con serias patologías.
Se llegaron a comercializar un total de cinco de estos espejos en diferentes clínicas de gran prestigio internacional, sin embargo, tras unos meses de terapia, se empezaron a observar comportamientos inesperados y peligrosos por parte de los pacientes tratados con esta tecnología, registrándose entre ellos hasta siete suicidios y un homicidio involuntario. Era una cifra demasiado elevada para tratarse de una coincidencia, por lo que este primer modelo de tecneuroespejo fue catalogado como peligroso y rápidamente retirado del uso clínico. Se prohibió la comercialización y se destruyeron todos los modelos, a excepción del de la clínica Épsilon. Fue el primero que había creado el equipo del Dr. García y se guardó a modo de reliquia o elemento museístico. El mismo Dr. García lo había desconectado y desactivado mediante una clave de seguridad para evitar el posible uso clandestino. Tras ello, se sucedieron unos oscuros acontecimientos en la clínica Épsilon y la repentina desaparición del Dr. García. Nunca más se supo de su paradero.
A partir de entonces, la Dra. Romero asumió el mando del equipo del Dr. García, que siguió trabajando en el desarrollo de esta tecnología, apostando por hacer más robustos los algoritmos de inteligencia artificial de tal forma que no se produjeran derivas inesperadas. La máquina debía ayudar al paciente siguiendo estrictamente las investigaciones médicas, no aprender por sí misma y probar terapias nuevas no avaladas por estudios científicos, como al parecer habían hecho las primeras versiones clínicas de los tecneuroespejos.
Tras años de investigación y tras haber superado todos los ensayos clínicos requeridos, se comercializaron nuevas versiones del tecneuroespejo para uso terapéutico. También se comercializaron otras versiones lite, tecneuroespejos de dimensiones reducidas y contenido menos transcendental para el usuario de a pie, llegando a integrarse en los robots personales, evolución de los antiguos teléfonos móviles. Los algoritmos estaban restringidos para que la máquina no aprendiera por sí misma a nivel de terapias médicas, aunque sí eran lo suficientemente flexibles como para entender y aprender sobre la personalidad, gustos, debilidades y fortalezas de sus portadores, sus nuevos dueños. Estas versiones lite ofrecían consejos personalizados basados en las necesidades diarias de sus dueños; eran más bien como una especie de hermano/a mayor.
* * *
El tecneuroespejo que había adquirido Eimi era de los primeros y, además, conservaba todavía una versión inicial del programa, con la consiguiente inestabilidad de este frente a las actuales versiones, con una falta de códigos de seguridad que impidiesen una deriva no deseada del cerebro sintético.
—No debes utilizarlo nunca, Eimi, es muy peligroso —le repetía Julio constantemente, consciente de las inconveniencias o riesgos que una terapia con dicho espejo podría ocasionar.
—¡Venga… ya será para menos! —se mofaba Eimi, quería tirar de la lengua a Julio, quería saber qué tenían de veracidad las habladurías que giraban en torno al espejo—. Seguro que la mitad de las cosas que se dicen no son ciertas, y la otra mitad no son tan exageradas.
—Estoy hablando completamente en serio —Julio mantenía el semblante severo—. Tras las muertes que se sucedieron, analizaron las grabaciones de las sesiones con uno de los pacientes, el único que dio el consentimiento para que lo hicieran. En ellas, se podía ver claramente como el espejo, al principio, tenía un comportamiento excelente. Se ganó la confianza plena de los terapeutas que, poco a poco, confiaron en él más responsabilidades, hasta que llegó un momento en el que prácticamente no supervisaban la actividad.
—Entonces, ¿me estás diciendo que todo fue un error humano por dejadez, que no hubo monitorización de las terapias, que nadie controló de la deriva de los espejos?
—Si solo fuera eso… pero hubo más, algo más —Julio hablaba con voz grave, se pasó la mano por la nuca, le recorrió un sudor frío—. Verás, el espejo embaucó a los terapeutas para que confiaran en él. En cuanto salían de la sala, cambiaba completamente de actitud, parecía que tenía una personalidad bipolar, si tal cualidad se le puede atribuir a una cosa. Empatizaba con los pacientes, pero en lugar de ayudarlos a salir de su locura, se la reforzaba, se volvía como ellos, o aún peor. No fue una deriva paulatina en la terapia, parecía que el espejo tenía una finalidad perversa desde el inicio, que el código había sido condicionado para que así fuera. Sé que, dicho así, parece una locura, pero eso es lo que se determinó que sucedió tras inspeccionar las grabaciones. Por ello te repito, ¡no debes utilizar el espejo!
—Claro, no lo haré, no te preocupes, no quiero acabar en el manicomio, ni tirarme por un puente —Eimi ya no se mofaba, cambió el tono de voz. Julio le había transmitido su preocupación—. Pero me gustaría que lo encendieras únicamente para ver que funciona, y luego lo puedes apagar. Quiero estar segura de que el espejo vale lo que voy a pagar por él. Si no está en buenas condiciones, vale menos.
Se hizo el silencio, Julio estaba pensativo, no quería encenderlo, pero sabía que debía mostrar a Eimi que el espejo funcionaba si quería cobrar lo acordado. Necesitaba el dinero. Con resignación, presionó el botón de encendido/apagado con la esperanza de que no estuviera dañado. El programa que habilitaba la comunicación del espejo con el paciente estaba bloqueado. Entonces Julio recuperó su vieja libretita de trabajo. En ella tenía anotada la clave con la que se activaba aquel espejo. Introdujo la secuencia «Wilde1890» para poder activarlo mediante un teclado que conectó a una entrada USB, escondida en el borde derecho del artilugio. Era una contraseña muy arcaica, teniendo en cuenta los actuales códigos de seguridad basados en biomarcadores y trazas neuronales. En pocos segundos empezó a intuirse actividad eléctrica. Una tenue imagen que poco a poco se iba acentuando mostró el rostro de Eimi reflejado en la pantalla.
—Hola Eimi, he oído hablar mucho de ti, me alegro de que por fin estemos juntos —dijo una voz cálida y amable, embriagadora, casi hipnótica. ¡Era el espejo!
Por un par de segundos, los dos se quedaron embobados, admirando al espejo, sintiéndose acariciados por esa voz. Pero Eimi supo reaccionar rápidamente, salió del aturdimiento. Aterrada por todas las habladurías, misterios que giraban alrededor de este tecneuroespejo y lo que Julio le había revelado, se apresuró para presionar ella misma el botón de encendido/apagado, con lo que la pantalla se volvió de nuevo negra y ya no se oyeron más voces.
—No es posible, ¿cómo sabe mi nombre?, ¿acaso lo encendiste antes?, ¿le hablaste de mí en algún momento? —le recriminó Eimi a Julio con la voz entrecortada.
—¡No, claro que no!, en ningún momento —respondió Julio—. ¿Cómo podría haberlo hecho?, ¡ha estado desactivado!...
El gesto de Julio se torció, se le veía pensativo, realmente preocupado, tratando de encontrar una explicación a lo que había presenciado. Tras unos segundos de silencio, añadió:
—Lo único que se me ocurre es que el espejo haya permanecido en estado latente todos estos años, en hibernación, pero no completamente apagado.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, es un supuesto, pero puede que el espejo se haya mantenido en modo pasivo, sin que nadie pudiera interactuar con él, pero que haya estado recibiendo información… quiero decir, que haya estado escuchando y viendo todo lo que pasaba a su alrededor, recabando y almacenando información.
—¿Eso es posible?
—En teoría no, no se le habilitó ninguna funcionalidad de hibernar, solo de desconexión, pero temo que el espejo, en su proceso de aprendizaje y deriva, de algún modo tomara control sobre su propio sistema operativo. No sé si eso es posible, soy neurólogo, no informático, pero no se me ocurre otro modo de que conociera tu nombre y supiera que lo habías adquirido. Si fuera cierta mi hipótesis, el espejo habría estado aprendiendo y madurando todos estos años. No puedo hacerme ni una vaga idea de cuál es el estado actual de la mente de la máquina… Y tal vez, ahora mismo siga en estado de hibernación. Te repito Eimi, ¡no debes encenderlo nunca!... Y visto lo visto, tampoco deberías comentar nada cuando estés en su presencia, solo por precaución.
—Está bien —dijo Eimi medio aterrada, medio emocionada, al fin y al cabo ahora su rareza tecnológica cobraba para ella un nuevo valor, el de saber que tenía una máquina con una inteligencia artificial prohibida en la actualidad, por todos los problemas éticos que podría causar—. Y tú no debes desvelar nunca que yo poseo el espejo original de Dr. García. Coge lo que hay encima de la mesa, es lo acordado, el espejo lo vale.
Eimi sabía el alto precio que debería pagar si alguien descubría que tenía el espejo: la policía se presentaría en su casa con una orden de registro, y descubrirían no sólo el tecneuroespejo, sino también las demás piezas valiosas, muchas de ellas conseguidas de manera no lícita.
En cuanto que Julio se fue, Eimi depositó el tecneuroespejo en la sala que tenía reservada para sus colecciones tecnológicas más preciadas. Era una sala secreta, con la entrada camuflada tras una estantería de libros, al puro estilo de las novelas de misterio. Entre sus más preciados tesoros, se encontraba el mítico Sensorama de Morton Heilig, las auténticas Teleyeglasses de Hugo Gernsback o la instalación original Terravision de Art + Com. Y por supuesto, no podía faltar una estupenda colección de reliquias informáticas comerciales, como el Spectrum que le regaló su padre, el Amstrad, el Comodore 64 o el Amiga. Finalmente, como estrella de la colección, el primer tecneuroespejo; Eimi se sentía realmente orgullosa de esta adquisición.
Una vez estuvo a buen recaudo, salió de la sala, cerrándose tras ella la puerta de alta seguridad. Después, deslizó suavemente la estantería de libros hasta que cubrió por completo la puerta, quedando la sala de nuevo oculta tras siglos de sabiduría y buena lectura: Plauto, Montesquieu, Voltaire, Oscar Wilde, Mary Shelley, Isaac Asimov…
* * *
Pasaron días, semanas, e incluso meses. Eimi, absorta en otros trabajos, por fin había dejado de darle vueltas al misterio del tecneuroespejo, a cómo podría haber sabido su nombre. Había llegado a pensar que tal vez Julio le podría haber querido gastar una mala pasada para poder asustarla y así evitar que pudiera usarlo, ya que a nivel terapéutico el espejo había sido todo un fracaso… quizás la engañó para poder cobrar toda la cantidad acordada, quién sabe. En todo caso, ¿qué importaba ya? Eimi, como buena coleccionista, tenía lo que deseaba, una rareza tecnológica que día a día incrementaba su valor en el mercado negro.
Como tenía costumbre de hacer casi a diario, entró en la sala secreta para contemplar sus posesiones tecnológicas. Tras admirar varias de sus reliquias, se acercó al tecneuroespejo, lo acarició con sus manos. Tenía un marco plateado, reluciente, de tacto frío y algo áspero. En la parte superior, un único botón, el de encendido/apagado. En la parte central una gran superficie sensorial extraplana, que capturaba y emitía luz al mismo tiempo, sirviendo a su vez de espejo y de pantalla. El espejo era capaz de alterar sutilmente la imagen de las personas, de forma que parecieran más jóvenes, más alegres, más esbeltas… o justo lo contrario.
«¡Qué maravillosa invención, toda una obra de pura ingeniería!», pensaba Eimi. El tecneuroespejo reunía tecnología hardware y software punteras de su época, fue toda una revolución en diversos campos de la ciencia, no solo el neurológico, también el óptico, ciencia de los materiales, visión por computador, análisis de datos, interacción humano-máquina, y muchos otros. Abrió el camino a numerosos desarrollos posteriores de otros dispositivos que tenían tecnologías afines. A Eimi le brillaban los ojos mientras lo admiraba.
—¡Qué pena que únicamente pueda contemplar tu parte física! —se lamentaba la mujer, como hablando con el espejo.
—Eimi, cuando quieras, nos conocemos —respondió el espejo.
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