Todo lo que quiero

Foto de Dima Pechurin 

escrito por Ronnie Camacho Barrón

    Voy conduciendo. Es tarde por la noche, afuera llueve a cántaros y tengo pocas horas de sueño encima, pero no puedo quejarme, si no tomaba este trabajo, otro camionero lo haría.

    Recuerdo que cuando inicié en esto lo hacía pensando en todas aquellas aventuras que podría vivir, pero ahora con una familia acuestas y deudas por pagar, lo hago por la apabullante necesidad de llegar a fin de mes.

    Estoy por dar una vuelta en una pronunciada curva cuando la veo. Parada en medio de la carretera se encuentra una mujer joven con las manos esposadas, un mecate a modo de mordaza y vestida únicamente con un rasgado camisón que deja a la vista el tapiz de moretones y cicatrices que son su cara y cuerpo.

    Utilizando toda mi pericia es que logro esquivarla, sin embargo, el asfalto es tan resbaloso que me hace perder el control del volante, lo que provoca que salga del camino y me estampe de lleno contra uno de los árboles perteneciente al frondoso bosque que rodea la carretera.

    Con el alma en vilo y la cabeza dando vueltas veo cómo todo el frente de mi camión ha quedado destrozado por el choque. Más allá de agradecer por seguir vivo, me maldigo por estarlo, pues con el daño que acaba de sufrir mi camión es más que seguro que me despidan o peor aún, me obliguen a pagarlo.

    Estoy por maldecir a todo lo sagrado cuando la puerta del copiloto se abre y la chica entra a toda prisa. Iracundo, volteo en su dirección y, aunque quisiera gritarle por haberse atravesado, sus manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas me disuaden de hacerlo.

    ―¿Qué te pasó? ―le pregunto con recelo y aún adolorido.

    Como respuesta, velozmente agarra una de mis manos y la acerca a al mecate que aprisiona su voz. Entendiendo su mensaje, le quito la soja y, apenas lo hago, se abalanza sobre mi pecho en busca de consuelo.

    ―¡Por favor ayúdame, me vienen siguiendo!

    ―¿Quién?

    ―¡Un hombre loco! ¡Entró a mi casa, mató a mi marido y quiso matarme a mí también!
    ―Está bien, yo… yo te voy a ayudar, espera ―comienzo a buscar la radio en mi cabina para llamar a la central, pero igual que el frente de mi camión, esta también se encuentra destrozada.

    ―No importa. Solo libérame, ya no aguanto estar así ―me muestra sus manos esposadas.

    ―¿Con qué? No tengo tenazas ni serruchos.

    ―¿Y en tu cargamento no traes nada que pueda servir?

    ―Son solo frutas que llevo hasta Puebla.

    ―¡Puta madre! ―fuera de sus casillas comienza a golpear el tablero frente a ella, tratando de romper las esposas.

    Su insistencia es tal que pronto comienzan a sangrarle las muñecas y por más que trato de detenerla, ella no para hasta que lo escucha.

    ―¡Al fin te encontré, ramera del averno! ―grita un hombre vestido completamente de negro, con una pistola enfundada en la cintura, portando en las manos una lampara de aceite y un báculo de madera con una enorme cruz de hierro en el pomo.

     ―¡Es él! ―aterrada y como puede cierra la puerta―. ¡Arranca!

    Sin pensarlo dos veces giro la llave tratando de encender mi máquina, pero nada, el motor no está ahogado, está completamente muerto. Si no hacemos algo pronto nosotros también lo estaremos.

    Antes de que siquiera pueda pensar en algo, el hombre llega hasta la puerta del copiloto y con un desquiciado ahínco trata de abrirla para hacerse con la chica.

    Pronto un forcejeo entre ambos comienza, ella lucha por su vida y él por arrebatársela, pero como todo, esta contienda de voluntades llega a su fin cuando el hombre desenfunda su pistola y de un tiro revienta la ventana.

    Vidrios vuelan por doquier y ahora que la tiene su merced, como un animal salvaje, la toma del cabello y trata de sacarla por la ventana.

    ―¡Ayúdame, por favor! ―en sus ojos se denota el terror.

    ―¡Ya voy! ―sin más armas que mis propias llaves, la defiendo apuñalando al hombre en las manos con ellas.

    El agresor chilla de dolor antes de soltarla, para luego comenzar a proliferar diversos insultos y maldiciones en nuestra contra.

    ―¡Salgamos, salgamos, salgamos! ―comienza empujarme.

    Con la adrenalina por los aires y falto de más ideas, la obedezco sin pensar y juntos salimos del camión para adentramos en el bosque.

    Corremos por lo que parecen horas hasta finalmente llegamos a una vieja y destartalada cabaña.

    ―Abre ―jadea por el cansancio.

    ―Espera, no podemos entrar así como así. Esta casa puede ser de alguien.

    ―Es mía ―responde antes de acercase para abrir la puerta por sí misma―. Entra, aquí estaremos seguros.

    Aunque dudo de aquello, la sigo.

    Lo que me encuentro adentro es una sola habitación repleta de libreros con grimorios polvorientos a sus cuestas, frascos de cristal llenos de curiosas conservas y velas por doquier que con su tenue luz iluminan el inerte cadáver de un anciano tirado sobre un suelo de tierra. Un agujero que pasa a través de su cabeza señala la razón su muerte. Aunque me produce nauseas verlo, también me genera incertidumbre, no solo por su edad en comparación a la de la mujer, sino por la sonrisa enmarcada en su rostro que casi pareciera indicar que estuvo muy contento de morir.

    ―Debió ser horrible para ti ver morir a tu esposo ―volteo esperando encontrarla abrumada por la vista, pero en lugar de ello, la encuentro esculcando desesperada en varios cajones.

    ―¿Dónde dejé ese puto cuchillo? ―masculla.

    ―¿Oye qué te pasa?, cuando te encontré estabas devastada por la muerte de tu marido y ahora ni parece importarte.

    Ella se detiene en seco y me mira con suspicacia.

    ―En verdad me duele su muerte, me fue leal por mucho tiempo, pero ya estaba viejo y con la edad se puso quejumbroso ―responde de forma fría―. Pero mírate, tú estás en la flor de tu juventud, eres fuerte y me defendiste. ¿No quieres ser mi nuevo marido? ―pasa sus manos aún esposadas detrás de mi cabeza y acerca su cara a la mía.

    ―Yo…yo…yo ya estoy casado ―respondo con las piernas temblorosas por el calor que produce su cuerpo.

    ―Pero no eres feliz, tampoco te gusta tu trabajo e incluso hubieras preferido morir en el choque que cruzó nuestros caminos.

    Sus palabras me toman por sorpresa.

    ―¿Cómo sabes todo eso?

    ―Porque desde el momento que te vi pude oler toda tu frustración ―me olfatea profundamente antes de sonreír de una forma sádica.

    ―¿Qué eres?

    ―Una bruja ―responde sin tapujos.

    ―¿Quién es el hombre que nos sigue?

    ―Un terco sacerdote que lleva tiempo tras de mí. Le ordené a mi marido defenderme cuando apareció, pero por lo viejo que era no hizo mucho. ―Escupe al cadáver con desdén―. Por su culpa aquel monaguillo casi logró atraparme. Tuve mucha suerte de escapar y más de encontrarme contigo.

    ―¡Aléjate de mí! ―trato de apartarla.

    ―¿Qué acaso no quieres ser mi nuevo esposo? ―pregunta con una falsa ingenuidad―. Yo puedo dártelo todo, la libertad, las riquezas, el poder, solo tienes que liberarme y prometer que permanecerás a lado mío para siempre. ¿Qué dices? ―propone en un tono sensual y abrumador antes de besarme.

    Ante el contacto de nuestros labios puedo ver un futuro a su lado, donde me veo manejando un auto último modelo, cenando en lujosos restaurantes y viajando por medio mundo sin ver coartar mis aspiraciones por la falta de dinero.

    No sé qué decir. Todo aquello me parece irreal, pero también se sintió tan verdadero. Creo que mi decisión es clara.

    ―Te liberaré.

     Ella sonríe de oreja a oreja antes de entregarme un cuchillo de carnicero, después coloca sus manos sobre una mesa y extiende las cadenas de las esposas lo más que puede.

    Sin demora alzo la hoja y con cuidado lanzo mi primer tajo.

    Con cada golpe comienzo a notar que cosas raras ocurren a mi alrededor. Con el primero, un feroz viento hace estremecer la cabaña; para el segundo, el fuego de las velas se aviva hasta casi alcanzar el techo; y, segundos después del tercero, observo cómo los ojos de la mujer se han tornado de un color tan rojo como la sangre que corre dentro de mis venas.

    Estoy por dar el último golpe que le dará la libertad cuando alguien frena mi mano.

    ―¡No lo harás! ―sin darnos cuenta, el hombre que nos seguía ha llegado a la cabaña.

    Con una fuerza sobrehumana hala de mi muñeca y me lanza contra uno de los libreros.

    ―¡Levántate! ―me ordena la mujer mientras de forma amenazante. El hombre se aproxima a ella.

    ―¡Súcubo de Satán, es hora de que pagues por todo el mal que has hecho! ―grita  antes de golpearla con el pomo de su bastón en el estómago.

    El ataque la sofoca y la hace caer de rodillas, dejándola completamente indefensa contra el sacerdote.

    ―Ayúdame ―me suplica sin aliento.

    ―¿Últimas palabras, bruja? ―el sacerdote desenfunda su pistola y le apunta directo a la cabeza.

    Al ver que mi oportunidad de obtener todo lo que deseo está por disiparse, me incorporo y me abalanzo sobre él. Rodamos por el suelo y, mientras lucho por quitarle la pistola, un tiro se le sale. Aún con todas las probabilidades apuntando a que la bala impactaría contra uno de nosotros, no es así.

    En su lugar, el proyectil ha penetrado el corazón de la bruja. Tras una mirada perpleja y un vomito de sangre, se desploma muerta sobre el suelo.

    ―¡No, ella iba a dármelo todo!

    ―No te preocupes, pronto la alcanzarás ―es lo último que escucho antes de que el sacerdote me dispare.

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  ➤ Ronnie es un escritor mexicano que ha colaborado en múltiples revistas y blogs tanto nacionales como internaciones. Algunas de estas son:
  • “Mis queridos padres” (2019) Revista Awita de Chale
  • “Entre nosotros” (2020) No. 5 de la Revista Clan Kutral (Chile)
  • “La luz” (2020) Clan de letras de la Editorial Elementum 
  • “La crónica Jiménez” (2021) Revista Literatura.si (Eslovenia)
  • “El guardián” (2022) No. 38 de Pretextos literarios 
  • “Dulce venganza” (2023) Revista Papenfuss (España)
  ➤ Pueden encontrarlo en Instagram y Facebook.

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