El misterio del pasado

Foto de Una Laurencic

escrito por Lápiz White

    Desde que tengo memoria, las sombras danzaban en las esquinas de mi habitación cada noche. No eran simples ausencias de luz, sino siluetas que susurraban historias de un mundo invisible. Yo, la menor de cuatro hermanas, siempre sentía que esos susurros estaban dirigidos hacia mí. Mis hermanas mayores, fruto de una madre que nos abandonó demasiado pronto, parecían no percibir esa presencia, pero yo sí, especialmente la figura masculina que se erguía en el dintel de la puerta como si me estuviera vigilando todas las noches.

    Mis hermanas, mayores y más escépticas, se burlaban de mis temores.

    —Pequeña, son solo sombras —decía la mayor, condescendiente.

    Pero yo en mi precaria intuición sabía que había algo más, algo que se escondía en los rincones, aguardando el momento propicio para revelarse. La figura en la puerta, alta y enigmática, se desvanecía cuando intentaba mirarla directamente. Para evitarla, me sumergía completamente bajo el edredón de mi cama, buscando refugio en la oscuridad; pero su presencia persistía, como una melodía inacabada que flotaba en el aire día tras día, llenando cada rincón de la habitación con una sensación de inquietante cercanía.

    Las noches eran las peores. El silencio se volvía denso, y las sombras cobraban vida. A veces creía escuchar susurros, palabras que no entendía, pero que me llenaban de inquietud y atención. ¿Quién era ese hombre en ese juego de luces y sombras? ¿Qué papel desempeñaba en aquella danza eterna de lo invisible? A medida que fui creciendo, la silueta se volvía menos clara. Ya no estaba presente en la entrada del cuarto, sin embargo, seguía apareciendo en mis sueños y pensamientos, su presencia era inexplicable y mi vida seguía marcada por lo incomprensible.

    A medida que los años pasaban, me convertía inexorablemente de niña inocente en joven adolescente experimentando los cambios físicos y emocionales propios de la edad. Diariamente, al verme en el espejo, me sorprendía al notar la transformación, en la persona en la que me estaba convirtiendo, adaptándome a los nuevos desafíos y descubrimientos de esta nueva etapa en mi vida. Me sumergía en un nuevo mundo, entre sorpresas y asombros vividos en los intrincados pasillos del liceo donde estudiaba. Cada día era una nueva página en mi historia, escrita con tinta de tareas, risas y amistades, sin romanticismo, pero con la cruda realidad de crecer, aprender y descubrir que la vida no es un cuento de hadas, sino un enmarañado universo de pasiones y nuevos desafíos, ampliando mi visión del mundo y desarrollando mi personalidad aún más.

    Un día como cualquier otro, mientras esperaba el transporte que solía tomar para ir al liceo, ocurrió algo que cambiaría mi percepción del mundo. Justo antes de bajar del autobús, una señora indígena, ataviada con ropajes extraños y una mirada penetrante, me tomó del brazo. Su voz grave y misteriosa resonó en mis oídos: «Niña, tienes un ángel que te protege».

    Su afirmación me dejó helada y confundida. ¿Cómo podía saberlo? ¿Qué significaba aquella advertencia? Bajé con premura, y, mientras el camión se alejaba, sus ojos seguían clavados en mí, lo cual sembró una inquietud que no lograba sacudir. ¿Quién era esa mujer? ¿Y qué secreto ocultaba su mirada?

    Durante la etapa de la adolescencia, y bajo un velo de misterios y enigmas, se manifestaron una serie de fenómenos inexplicables. Fue un período de revelación, transformación y crecimiento en el que experimenté sensaciones desconocidas y emociones intensas como el de la mujer del autobús, encontrar objetos perdidos que necesitaba urgentemente, recibir ayuda de extraños en momentos de necesidad o tener una intuición repentina que me advertía de un peligro inminente. Las incertidumbres y desafíos propios de esta edad surgieron como hilos entrelazados en un complejo telar, tejiendo un entramado de vivencias únicas y difíciles de comprender. Los cambios físicos, emocionales y psicológicos se manifestaron de manera misteriosa, desafiando la lógica y la razón; y a pesar de resultar confusos y desconcertantes, contribuyeron a forjar mi identidad y mi personalidad. 

    En el Liceo Toto era relativamente normal, compartía con mis amigas lecturas insustanciales, chismes de farándula y las últimas tendencias de la moda, como cualquier chica de mi edad. Pero mis amigas me criticaban y miraban con mucha curiosidad, preguntándose por qué prefería los artículos de misterios a las tendencias de la moda, y es que mi curiosidad iba más allá de las lecturas triviales, más allá de las páginas de las revistas. Los enigmas, la ficción y los misterios del mundo se volvieron mi obsesión. Cada artículo que pasaba por mis manos era un pasaje hacia lo desconocido, una ventana a lo inexplicable. A veces me preguntaba si el universo conspiraba para revelarme sus secretos, como un hilo invisible que conectaba todos esos incomprensibles e indescifrables fenómenos.

    Cierto día, en una revista de variedades, un artículo sobre la ouija capturó mi atención, y sin pensarlo dos veces, me aventuré a construir mi propio tablero siguiendo todas las instrucciones y frivolidades de la revista. Nunca imaginé que aquel instrumento marcaría mi destino y me conectaría con un mundo desconocido. Ya construido, al día siguiente me dispuse a llevarlo al liceo, contándole a mis amigas los pormenores de las instrucciones que indicaba el artículo de la revista.

    —Vamos a probarlo —dije a mis amigas.

    Durante el receso nos escondimos en el baño, colocamos el tablero en el piso, y con manos temblorosas posamos nuestros dedos sobre el puntero indicador de cartón improvisado.

    —Espíritu presente —murmuré con voz entrecortada—, te pedimos que te manifiestes ante nosotras.

    El aire se volvió denso, como si algo aguardara en las sombras. Las letras talladas en el tablero parecían cobrar vida. Mis amigas también sentían la tensión. ¿Qué sería de nosotras? ¿Qué secretos se ocultaban del otro lado del tablero?

    El cartón se deslizaba sobre las letras con una extraña fluidez, como si una fuerza invisible lo dirigiera. Nos invadió el terror al presenciar aquello, intercambiamos miradas llenas de miedo y decidimos suspender la sesión, postergando nuestras preguntas para otro momento. Cada día esperábamos ansiosas el amanecer, regresando al baño con renovado entusiasmo, anhelando descifrar más respuestas en ese juego de lo desconocido.

    Sin embargo, poco a poco fui dándome cuenta de algo perturbador: el tablero solo respondía ante mi presencia, como si estuviera conectado de alguna manera conmigo. Sin mí, el tablero no era más que un simple trozo de cartón inerte.

    Intrigadas por este misterio, continuamos explorando los límites de ese oscuro mundo que se abría frente a nosotras. Cada vez las preguntas se volvían más profundas y las respuestas más reveladoras, creando un vínculo más intenso con aquello que estaba más allá de nuestra comprensión. La sensación de estar siendo guiadas por una fuerza invisible se hacía cada vez más palpable, provocando escalofríos en mi espina dorsal.

    A medida que nos adentrábamos en ese universo enigmático, una sensación de amenaza comenzaba a crecer en mí. ¿Qué era aquello que estaba jugando con nosotras a través del tablero? ¿Cuál era su verdadera naturaleza y cuál era su propósito final? Las respuestas seguían sin aparecer, pero la certeza de que estábamos siendo manipuladas era cada vez más evidente. ¿Hasta dónde estaríamos dispuestas a llegar en nuestra búsqueda de la verdad?

    Un día, mientras estábamos inmersas en el juego y evocábamos a un espíritu, una revelación escalofriante surgió de entre las letras del tablero. La respuesta llegó en forma de movimiento. El puntero se deslizó, deletreando palabras que no entendíamos, escribía en otro idioma. Nombres, fechas, susurros de un pasado que se resistía a ser olvidado. El tablero se convirtió en un portal, y nosotras, en intrépidas exploradoras de lo desconocido.

    —He estado observándote desde que eras una niña —confesó la presencia con una escritura que helaba la sangre—. He esperado pacientemente este momento para reunirme contigo.

    Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Auguste de Montmorency. Sin pensar y sin conscientemente evaluar el alcance de mis acciones, le pedí una prueba de su existencia, y enseguida un estruendo ensordecedor resonó en el baño de azulejos fríos, envolviendo mi ser en un manto de temor. Mis compañeras reaccionaron con gritos de sorpresa y desconcierto.

    —¡Estás loca!

    Con voz ronca y temblorosa le respondí: —¿Qué deseas de mí? —La puerta metálica retumbó de nuevo, como si un golpe invisible la sacudiera con furia.

    Mis amigas, presas del pánico, huyeron del lugar, lo cual me dejó sola con la presencia de Auguste de Montmorency atrapada en su hechizo.

    Le dije sin titubear: —Debes cerrar la sesión, debes irte. Si no lo haces, quedarás atrapado aquí.

    Pero Auguste se negaba a partir. 

    —Quiero estar contigo —insistía una y otra vez el espíritu a través del tablero. La atmósfera se cargó de una electricidad estática y un frío sobrenatural llenó el espacio.

    —No puedes quedarte —le dije con firmeza, intentando ocultar el temblor en mi voz—. Debes irte.

    Pero el puntero se movía determinadamente hacia el «NO», una y otra vez. Recordé entonces las palabras de la señora indígena: «Tienes un ángel que te protege». Cerré los ojos y pedí ayuda a ese ángel guardián, sin saber que el ángel guardián era él.

    Un calor reconfortante me rodeó y, al abrir los ojos, vi cómo el puntero se deslizaba hacia el «ADIÓS» por sí solo. El silencio se apoderó del lugar y supe que Auguste había partido. Me levanté temblorosa y salí del baño corriendo para encontrarme con mis amigas, cuyos rostros pálidos reflejaban el miedo que todas sentíamos.

    Después de aquel inquietante encuentro en el baño del liceo, decidí abandonar la ouija. Estaba segura y plenamente consciente de lo que había ocurrido allí: algo peligroso y desconocido había despertado, una presencia que adoptaba escrituras inexplicables. Recordé con angustias al ser del dintel de la puerta en mi infancia, esa figura de mirada penetrante, siempre vigilante, como si montara guardia en la penumbra. ¿Acaso había alguna conexión? No podía ignorar la sensación de que había abierto una puerta hacia lo sobrenatural, y ahora debía enfrentar las consecuencias. Así, con el corazón en un puño, me alejé de la ouija, pero sus ecos continuaron persiguiéndome en mis sueños y en los rincones más oscuros de mi mente. El miedo y la fascinación se entrelazaban, y yo me debatía entre huir o adentrarme aún más en ese mundo misterioso. La decisión estaba en mis manos, y no sabía si estaba preparada para lo que vendría.

    Después de años de aventuras, misterios y mucho esfuerzo, finalmente terminé la educación secundaria y logré mi meta de acceder a la universidad para estudiar la carrera que siempre había deseado: Historia Universal. La posibilidad de convertirme en una Alma viajera del tiempo despertaba en mí un sentimiento irresistible. Sumergirme en los relatos intrigantes de diferentes países, descubrir sus intrigas y hazañas, era algo que me emocionaba profundamente. Una emoción indescriptible invadía mi ser, ya que finalmente se vislumbraba la oportunidad de adentrarme en el fascinante mundo que desde mi infancia había cautivado todos mis sentidos. La oportunidad de conocer de cerca la vida de grandes personajes que, con sus hazañas y legados, habían dejado huella en la historia, era una inspiración sin límites.

    La meta principal era la realización de mi tesis de grado. Estaba decidida a viajar al país donde mejor me había desempeñado en mis años de estudio para investigar y desarrollar mi trabajo final en el área en la que más me había destacado e identificado durante mi formación académica. El compromiso era claro y mi determinación inquebrantable, a pesar de los obstáculos que pudieran surgir en el camino. Sabía que este proyecto representaba la culminación de años de esfuerzo y dedicación, por lo que me entregué por completo a la tarea con la convicción de que lograría cumplir con éxito este desafío que me había propuesto a mí misma.

    Después de considerar varias alternativas, tomé la decisión de que Francia sería el destino ideal para desarrollar mi tesis y mi búsqueda interior. Desde siempre este país había despertado en mí una profunda inspiración. En mi adolescencia me imaginaba explorando los majestuosos castillos medievales, sumergiéndome en las intrigas de la corte francesa y sintiéndome parte de ese mundo elegante y sofisticado que tanto anhelaba experimentar. En mi mente, me visualizaba como una dama distinguida, ya que mi nombre, Marianne, había sido inspirado en los relatos de antaño, evocando esos tiempos de esplendor que tanto fascinaban mi ser. Sentía un profundo anhelo por sumergirme en las páginas de los antiguos libros de las venerables bibliotecas, recorrer los intrincados pasillos de los museos y viajar a través del tiempo, sin sospechar que este viaje revelaría mi propio destino y transformaría mi existencia para siempre.

    Después de realizar una exhaustiva investigación en las imponentes bibliotecas de París para presentar mi tesis de grado, me encontré con una fascinante historia que se remontaba al inicio del siglo XIX. En la Ciudad de la Luz habitaba un hombre adinerado, heredero de una gran fortuna y renombre. Este caballero se vio involucrado en un duelo por el amor de una mujer. La pelea se detuvo cuando ella se interpuso, negándose a ser la causa de su muerte. No obstante, su rival, envidioso, acabó con la vida de Marianne, la joven en cuestión, para evitar que se casara con el noble. Consumido por el pesar y la tristeza, el noble decidió poner fin a su existencia.

    Cuenta la leyenda que el espíritu atormentado del caballero buscó a Marianne, su gran amor, durante décadas. Conmocionada por esta historia, y al descubrir que mi nombre coincidía con el de la mujer de la leyenda, mi curiosidad por conocer la verdadera historia de Marianne y el caballero que se sacrificó por ella, rebasó mis limites hasta llevarme al Musée d'Orsay. Allí, entre las obras expuestas, me encontré con un cuadro que me dejó sin aliento.

    Era un hombre con las mismas características del que habitaba mis sueños y pensamientos: imponente, de cabello oscuro, barba bien cuidada, impetuoso y tal vez muy educado. El nombre que acompañaba al cuadro me dejó perpleja: Auguste de Montmorency. ¿Cómo era posible? Sabía que era improbable, pero allí estaba, el mismo hombre que confundía mi mente y mi corazón, con el mismo nombre que abrumaba mis sueños. Su figura atormentada parecía comunicarme secretos desde el lienzo, y me pregunté si el tiempo y el destino habían forjado un vínculo invisible entre nosotros.

    En ese momento me di cuenta de que, a pesar del tiempo transcurrido y sin mi conocimiento, él siguió conectándose conmigo a través de las sombras de mi habitación, mediante la Ouija y a través de mis sueños y pensamientos. La mujer indígena que conocí en el autobús había vislumbrado mi futuro: un ángel guardián me protegería y me guiaría hasta encontrarlo en el momento y lugar adecuado. Desde mi niñez lo veía acompañándome en cada travesura, sin imaginarme que solo aguardaba pacientemente a que creciera, a mi madurez, para retomar lo que habíamos dejado atrás.

    La pasión y el misterio se fusionaron en una búsqueda incansable. La tragedia, el crimen, la condena... ¿Qué secretos guardaba aquel cuadro, aquel tiempo? Mientras mi mente se llenaba de interrogantes, un escalofrío gélido y embriagador recorría mi ser, indicándome que él estaba presente, observándome. La tesis sería más que simples palabras escritas; sería mi conexión con un pasado que me llamaba desde las sombras, susurrando un nombre: Auguste de Montmorency. Un nombre que resonaba en mi alma como un eco lejano, como si el destino conspirara para unirnos.

    Mis pensamientos me envolvieron y, sin aliento, salí apresuradamente del Musée d’Orsay. En ese momento, una sensación de «déjà vu» me invadió mientras recorría sin dirección por las calles empedradas de París. Todo a mi alrededor me resultaba familiar, como si hubiera estado antes en aquel lugar. La joven, ahora mujer, con un ser invisible que me protegía, anhelaba con fervor encontrarme con el hombre cuya leyenda me había cautivado. ¿Nos encontraríamos en algún rincón de esta gran ciudad, o seguiríamos siendo simples marionetas en un antiguo juego de luces y sombras? Mi alma anhelaba con desesperación el encuentro con aquel hombre misterioso, ansiando descubrir si el destino nos había deparado un encuentro o si nuestras vidas seguirían entrelazadas en un juego eterno de amor y dolor.

    Fue entonces que, al detenerme en un semáforo, lo vi al otro lado de la calle. ¡Era él! Sus ojos oscuros y penetrantes me observaban con intensidad, mientras sus labios se movían en silencio. Se había materializado frente a mí, como si fuera un sueño hecho realidad. Sin dudarlo, crucé la calle sin percatarme de que el semáforo seguía en rojo.

    El impacto de un auto me devolvió bruscamente a la realidad, rompiendo el hechizo que me envolvía. Mientras era trasladada al hospital en ambulancia mi mente no dejaba de dar vueltas; necesitaba descubrir quién era ese enigmático hombre, desentrañar el encantamiento que me tenía atrapada para poder reunirme con él. La urgencia y la pasión por encontrar respuestas se apoderaron de mí, convirtiendo mi búsqueda en una obsesión desenfrenada.

    Completamente recuperada del inesperado accidente, me sumergí de nuevo en los antiguos archivos amarillentos de la biblioteca, desenterrando bajo las capas de polvo y olvido las leyendas olvidadas y crónicas fascinantes de amores prohibidos entre Auguste y Marianne. La investigación me llevó de vuelta al Musée d’Orsay, donde encontré la clave que necesitaba. En la sala de arte me enfrenté una vez más al cuadro que contenía el misterio.

    Allí estaba él, inmortalizado en el lienzo de una pintura centenaria, su mirada fija en mí desde siglos atrás. ¿Cómo era posible? ¿Acaso él también había sido atrapado en el tiempo, esperando mi llegada? La pasión por descubrir mi verdad me había impulsado a explorar más allá de los límites de lo racional.

    No podía apartar la vista de su rostro, como si desentrañar su misterio fuera mi destino. Fue entonces cuando un anciano bibliotecario, cuyos ojos negros y profundos parecían haber visto más allá de las eras del tiempo, me sorprendió con su pregunta.

    —Señorita, ¿cuántos días lleva observando? ¿Qué busca?

    Sus palabras resonaron en mi alma.

    —El cuadro —susurró—, es un portal, un vínculo entre mundos. —Me habló entonces de un antiguo pacto, de almas errantes y de un amor que trascendía las dimensiones—: Señorita, el hombre en la pintura es un viajero del tiempo, atrapado en su propia creación artística. Solo el gran amor de su vida, Marianne, la mujer que ha esperado durante décadas, podrá liberarlo.

    La revelación me dejó nuevamente sin aliento, y supe que mi búsqueda no era solo por curiosidad, sino por un destino entrelazado con el suyo.

    Sin pensarlo, extendí mis manos ansiosas hacia la fría superficie del lienzo, y en ese instante, sus ojos me atraparon con intensidad, mientras su boca silenciosa parecía susurrar mi nombre. En un abrir y cerrar de ojos, el mundo a mi alrededor dio un giro radical en un instante, dejando atrás la realidad, desapareciendo ante mis ojos y transportándome a un París antiguo lleno de encantos, donde las calles empedradas vibraban con misterios y los amantes se encontraban en la penumbra de los jardines.

    Allí estaba él, el enigmático hombre esperándome con ansias. Su piel irradiaba calidez, sus labios se fundieron con los míos en un beso real y apasionado.

    —Marianne —susurró suavemente—, has roto la maldición que nos separaba. Al fin estoy contigo.

    El tiempo parecía retorcerse a nuestro alrededor, nuestras almas se fusionaron en un abrazo eterno que desafiaba las leyes del universo. Él era mi guía en este laberinto del tiempo, mi amor perdido que había vuelto para quedarse a mi lado. Juntos, nos sumergiríamos en los rincones más oscuros y secretos de la historia, desafiando todas las convenciones divinas para permanecer unidos.

    Exploraríamos cada rincón olvidado, recorriendo los senderos de la memoria para reavivar la llama de ese fuego que una vez nos consumió. Desafiaríamos al tiempo y al destino, en nuestro afán por encontrar esa chispa perdida que aún brilla en lo más profundo de nuestro ser. Restauraríamos cada recuerdo, cada suspiro, cada gesto de afecto, en nuestra búsqueda incesante de reconstruir el amor que una vez nos unió. No descansaríamos hasta hallar la clave que nos devuelva a ese mundo de pasión y entrega donde solo existe la luz de nuestro amor.

    En el Musée d’Orsay, el cuadro se desvaneció, dejando solo un espacio vacío en la pared. Pero yo ya no era la misma. Mi corazón latía al ritmo de los siglos, y mi alma estaba unida a la suya. El enigmático hombre y yo éramos viajeros del tiempo, amantes eternos en un París que existía más allá de las estrellas.

    A medida que el sol se ocultaba en el horizonte y las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, sentí su mano entrelazada con la mía y supe, en ese instante, que había encontrado mi destino en el abrazo de lo imposible. Era como si el universo hubiera conspirado a nuestro favor, uniéndonos en un momento mágico y único.

    El viento nocturno susurraba secretos milenarios, y las campanas de Notre-Dame tañían con un sonido sordo, cada rincón, como testigos mudos de nuestro amor. En ese instante comprendí que no éramos solo dos almas errantes, sino fragmentos de una historia que se repetía a lo largo de los siglos. Él había esperado por mí, y yo había cruzado el umbral del tiempo para encontrarlo.

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  ➤ Lápiz es una escritora venezolana incipiente con gran pasión por el mundo literario.
  ➤ Pueden encontrarla en Facebook.

Comentarios

  1. Encantador y fascinante relato que me atrapo felicidades

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  2. Excelente. Espero la próxima publicación.

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  3. Hacen falta relatos como este, te mantienen en suspenso hasta el final. Me gusto!

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  4. "Explorar más allá de los límites de lo racional"
    Me encantó...!!Felicito a la autora.!! A por más !!

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  5. Gran relato! La escritura llevandonos a otras dimensiones. Felicitaciones Lapiz White! que tu lápiz te siga llevando a más rincones.

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