Campo de batalla de los dioses

Foto de Paweł L.

escrito por Cristian Fernando Guevara Hincapié

    En la bóveda celestial encima del futuro y enorme campo de batalla, que recuerda el antiguo coliseo romano, aparece el reloj acompañado de las palabras: batalla por equipos, reapariciones desactivadas. Indicadores muy etéreos, intangibles.

    —¿Reapariciones desactivadas…? —solo pude preguntarme, preocupado.

    Era uno de los peores escenarios posibles… porque eso implica que las muertes son permanentes. Siempre se siente el daño, el dolor durante las batallas por los golpes recibidos, los cortes, los disparos y las explosiones. Pero cuando el indicador de resistencia llega a cero, uno reaparece como si nada, listo para otro round. Con las reapariciones desactivadas ya no hay promesas de un futuro. Mueres y termina, pierdes todo, no solo en el campo de batalla, termina de punto final, camino sin retorno.

    Agobiado, termino de colocarme el traje blanco y negro de potenciación, avanzado aditamento tecnológico que fortalece las capacidades musculares y nerviosas; asimismo el casco de mejora perceptual con tecnología de realidad aumentada, con el que se puede hacer seguimiento de los signos vitales, estado físico en general, tiempo restante de partida, mapeado, entre otras cosas, y mantener comunicación directa con nuestros compañeros de equipo.

    Casi parece un videojuego, pero créanme que nada de esto tiene que ver con uno. Puedo describir este escenario como la peor pesadilla de un videojugador; ser y no ser, jugar y no jugar, morir y poder morir de verdad. Por victorias y derrotas se asignan o restan puntos. Hay cierta esperanza al alcanzar cinco mil puntos, porque entonces se puede pedir cualquier cosa, incluido dejar esta realidad de pesadilla. Sin embargo, con las reapariciones desactivadas se pierde lo logrado en un parpadeo. Conozco personas que han participado en decenas de batallas, casi logrando los puntos necesarios, para perderlo todo en una partida de reapariciones desactivadas.

    Intentar suicidarnos no es una opción, porque de intentarlo reaparecemos como si nada, eso hace que las únicas opciones sean dejarnos matar en una partida con reapariciones desactivadas, que implica renunciar a cualquier atisbo de esperanza. Quienes se suicidan en las batallas normales, reaparecen con una sanción de puntos por el suicidio. Quienes se resisten a luchar sufren destinos terribles y todos los demás terminamos siendo obligados a verlos. Recuerdo que una vez varias personas que se negaron a participar fueron lanzadas después al campo de batalla sin armas y sin ropa para luchar contra hordas de zombis rabiosos. Esas bestias destrozaron sus cuerpos de una forma cruenta en cuestión de segundos para repetir el ciclo durante numerosas veces.

    Salgo del cuarto de alistamiento y me topo con los miembros de mi equipo, igual de agobiados, igual de ansiosos; algunos más que otros. Camino al salón de materialización de armamento y todos están reunidos.

    Primero veo a Emil Lambert, francés de raíces africanas… Aquí todos somos de diferentes países, seleccionados sin distinción por alguna artimaña que escapa a nuestra lógica y razón, podemos entendernos a la perfección sin barreras de lenguaje. Es un lugar desconocido e inquietante. Pero, en fin, Emil Lambert es amante de las artes marciales mixtas, poco más que decir, define su estilo de combate directo y personal. Las escopetas son su sello. Se acerca hasta la máquina de materialización y selecciona su conjunto de armas: una escopeta, cuchillo, hacha y pistola. ¡Ah!, por poco olvido mencionar que todas las armas de fuego, y las contundentes y cortantes, funcionan sin proveedores. Es decir que funcionan con celdas de energía; si se acaba la munición, debemos improvisar. Aunque dramático, resulta más practico que andar con cientos de pesados proveedores encima.

    Cerca está Federico García, exmilitar argentino, francotirador experto e igual de excelso estratega. Puede atinarle a un vaso de agua a kilómetros de distancia, no exagero. Materializa un cuchillo, rifle de francotirador y pistola.

    Vanessa Gardener, powerlifting de Inglaterra, ganadora de varias medallas olímpicas. Se decanta por las armas pesadas, ametralladoras y lanzamisiles, es nuestra primera línea ofensiva, resistente y contundente como una apisonadora. Materializa una ametralladora pesada, escopeta y cuchillo.

    Matteo Giannoli, italiano, deportista de alto rendimiento, ágil y tenaz, decidido por armas intermedias. Materializa un fusil de asalto, pistola, cuchillo y granadas.

    Vladislav Kuznetsov, soldado de la Spetsnaz, fuerzas de operaciones especiales rusas, que, a pesar de su entrenamiento militar, siempre me resulta inquietante su facilidad para diezmar a los enemigos. Capaz de utilizar cualquier estrategia y armamento, desde un cuchillo hasta una maldita bomba. También materializa un fusil de asalto como Matteo, pero lo hizo acompañado de subfusil, pistola, granadas y un hacha.

    Y Bertha Müller, alemana, por supuesto, esgrimista y artista marcial con espadas, campeona nacional ambas disciplinas. Una espada larga medieval, subametralladoras y granadas son los elementos que materializa en la máquina.

    Finalmente yo, Gustavo, filósofo cualquiera, colombiano. Aprendí a usar todo tipo de armas en mi estadía en el lugar. Me decanto por un fusil de asalto, pistolas y machete, bastante colombiano para ser sincero.

    Siete, contra siete; catorce almas con sus sueños, anhelos y deseos; atrapados aquí. Supervivientes, actores en un teatro macabro. Y varios de nosotros moriremos, igual que sacrificios de las arenas romanas. Perverso juego del destino. Solo nos falta decir al salir a la arena, para hacer juego con la horrida dinámica: «¡Emperador, quienes vamos a morir te saludamos!» ¡Carajo!, ¡estúpido juego! escupo al suelo de solo pensarlo, no pedimos estar aquí, simplemente nos trajeron esos malditos, que ni siquiera sé lo que son…

    Llevo bastantes meses, no sé exactamente cuántos, uno pierde la noción del tiempo. Llevo tres mil puntos, de ganar cinco partidas más puedo regresar a la tierra. Me pregunto si mi esposa estará bien, que además está en embarazo de nuestra pequeña, Amaia es el nombre que seleccionamos. No la veré nacer. Seguramente ya se retiró la búsqueda por mi desaparición. Solo con pensar que, en Latinoamérica, en un mes cualquiera, pueden desaparecer miles de personas no alienta a mantener las búsquedas de desaparecidos por mucho tiempo.

     «Reapariciones desactivadas…» Seguramente no salga de aquí con vida. Seguramente no volveré a ver a mi esposa y no conozca a mi hija. Moriré, puede ser hoy, aunque tal vez mañana, no lo sé, tal vez termine diciendo lo mismo mañana si sobrevivo. ¡Ja!

    Salimos al campo de batalla, reconfigurado en una ciudadela pequeña con edificios y avenidas. Perfecto para toda clase de combates por sus espacios abiertos, estrechos, coberturas de todo tipo y automóviles parqueados.

    Este lugar, este campo de batalla, puede ser reconfigurado de cualquier manera, desde una ciudadela de cualquier época; bosques, cadenas montañosas o parajes desolados. Si los que preparan todo quieren manifestar un único edificio de cien pisos como campo de batalla, simplemente aparece como el acto de un mago al hacer aparecer un conejo del interior de su sombrero. De igual manera otras formas de batalla: «batalla por equipos» es una de las muchas formas de participar, porque también está «todos contra todos», que creo sobra explicarlo; «supervivencia», aguantar el mayor tiempo posible contra hordas de lo que fuera. Hay una forma de batalla alocada, frenética, «derrotar al monstruo», en la que aparece una aberración que debemos derrotar, puede ser un dragón mitológico, araña gigante, demonio… o una maldita abominación tentaculada con muchas bocas babeantes. Con esa abominación ocurrió una de mis últimas batallas en un escenario de granjas al mejor estilo de los Estados Unidos de los 80s, bastante siniestro; perdí a cinco conocidos ahí.

    Cuando alguien muere, y las reapariciones están desactivadas, simplemente aparecen otros participantes. Reemplazos. Somos la carne de cañón del entretenimiento. Siempre encontramos diferentes personas en el campo. Bertha Müller es la más reciente en aparecer. Cuando Bertha se materializó en esta realidad estaba confundida, respiraba agitada y sollozaba, repetía que estaba haciendo compras en el mercado, parpadeó y llegó aquí. Sucede con todos. No entiendo los mecanismos por los cuales somos seleccionados, simplemente ocurre.

    Uno comprende las complejas dinámicas de participación y, después de la brutal y difícil adaptación, quedamos «listos» para luchar.

    Cuando no estamos en batalla estamos recluidos en un inmenso edificio habitacional de paredes y luces blancas con las comodidades mínimas para sobrevivir. Recibimos tres raciones alimenticias y tenemos espacios para socializar. Bastante parecido a las descripciones históricas de los gladiadores romanos. Solemos socializar con los que participamos en batallas por equipos, fortaleciendo nuestros lazos, aferrándonos a nuestros recuerdos de nuestra antigua realidad, nuestras familias, parejas, amigos y conocidos; nuestros trabajos y ocupaciones; recuerdos que terminan volviéndose etéreos.
   Las memorias son iguales a ese reloj que marca la hora en la bóveda celestial del campo de batalla, igual de etéreas las relaciones interpersonales que pueden romperse como un frágil mondadientes por la constante posibilidad de enfrentar una batalla, una partida con reapariciones desactivadas o una guerra de todos contra todos. Con el tiempo uno se vuelve taciturno.

    Estoy seguro de algo: que, de volver a nuestra realidad, jamás seremos los mismos. Nuestras heridas no serán curadas por la terapia ni por la religión. Seremos tildados de locos si llegáramos a hablar de lo aquí sucedido. Desconozco esa situación, porque de los que han conseguido los puntos suficientes para marcharse no volvemos a saber nada.

    Cuando llega el momento de batallar somos teletransportados a los habitáculos de preparación, donde debemos ponernos el traje y materializar nuestros armamentos. Tan efímero, igual que la misma existencia en un flujo eterno de tiempo.

    Miro el reloj en la bóveda celestial. El cronometro empieza a moverse con un límite de dos horas. Intercambiamos miradas, rápidos asentimientos y corremos. Cada quien ya sabe que hacer, qué, cómo, para qué.

    Federico busca una zona alta, necesitamos visión extensa del campo de batalla e información en tiempo real. Escala el edificio, veloz y ágil, aprovechando los potenciadores del traje.

    Nosotros nos dividimos en parejas. Matteo y Emil, Bertha y Vanessa, Vladislav y yo. Ciertamente estar cerca de Vladislav me hace sentir más seguro que con el resto. No es por discriminar, pero es que Vladislav es uno de los más preparados en combate real.

    Recorremos las avenidas, manteniendo comunicación constante, saltando de cobertura en cobertura, vehículo en vehículo, pared en pared. Siempre vigilantes, atentos. Federico espera cualquier movimiento para informarnos de inmediato.

    Pasaron quince minutos, cuando de repente escucho en el intercomunicador:

    —¡Me encontraron! ¡Me encontraron! —lamenta Federico con su voz ahogada. Después escuchamos unos disparos antes de que la señal se corte.

    Miramos la ubicación de Federico, inquietos, para descubrir una explosión. Los contrincantes lo encontraron y asesinaron. No tuvimos tiempo de lamentar su muerte, porque así eran las batallas, frenéticas. Parpadeas y puedes morir. Pronto nos vimos avasallados por una lluvia vertical de balas de los contrincantes, cada uno usando su propio estilo de combate, igual que nosotros. ¡Qué disgusto!, enfrentamos personas en una situación similar a nosotros. Realmente no queremos matarnos, supongo; queremos sobrevivir. Quiero sobrevivir. Por desgracia, en la sanguinaria supervivencia humana, algunas veces debemos ser egoístas, pensar en los nuestros, primero y después. Tuvimos que responder. Inicia un caótico intercambio de disparos.

    Redirijo toda la fuerza a mis piernas para moverme, potenciando mis movimientos con las capacidades del traje, corro de lado a lado con una velocidad superlativa mientras los disparos pasan cerca. Continuo hasta cubrirme detrás de una pared.

    Vladislav utiliza toda la fuerza de sus brazos y de su traje para girar un coche y utilizarlo como una cubierta. Varios disparos se centran en la cobertura improvisada hasta destruirla y provocan que explote el vehículo. Vladislav alcanza a saltar lejos de la explosión y corre hasta donde me encuentro.

    Vanessa queda en medio de la carretera, su traje resiste los disparos, y responde en consecuencia con su ametralladora, demuestra una enorme valentía casi suicida. Destroza las coberturas enemigas, revienta el ladrillo y hormigón. Consigue con esos disparos reventar a un combatiente, prácticamente cortándolo en dos. Continúa asediando a los enemigos sin tregua. Entre tanto, Vladislav lanza granadas. Los demás disparamos desde donde estamos cubiertos. En un momento dado, Vanessa termina arrasada por una explosión de energía que la convierte en una maraña sin forma, blanca y rojiza. El intercomunicador se colma de gritos confusos ante la brutal muerte.

    Matteo y Emil se mueven en zig-zag, de cobertura en cobertura, vertiginosos e impasibles, consiguieron rodear a dos de los enemigos que nos disparan. Emil le revienta la cabeza a uno con un disparo de escopeta. Matteo logra matar al otro con disparos certeros de su fusil, celebro muy pronto. Casi desfallezco al verlos morir con una explosión de granada que arroja un enemigo desde lo alto de una azotea cercana. Tenemos enemigos encima. Disparamos hacia arriba mientras esquivamos con velocidad la munición de los adversarios.

    Bertha, Vladislav y yo decidimos retroceder, reorganizarnos. Nos escondemos en un edificio cercano. Hacemos cálculos precipitados, tres contra cuatro.

    Estoy agitado y nervioso. Vladislav se muestra imperturbable; entre tanto, Bertha está furiosa.

    —¡Mierda…! —grita esta última cuando una ráfaga se precipita sobre nosotros.

    Bertha recibe varios disparos que son repelidos por su traje. Empezamos a disparar desde las ventanas. Frenético y violento tiroteo que destroza por completo el espacio.

    Cesamos el fuego: silencio. Concentrados. Nuestras celdas de energía están al límite. Debemos pasar al combate cuerpo a cuerpo. Vimos entrar a un enemigo de frente por la puerta —pobre novato—. Bertha se le abalanza encima con una furia primitiva. Durante la disputa ambos se derriban y desarman. Continúan luchando en el suelo, girando de un lado al otro, imposibilitándonos apuntarle al enemigo. En aquel momento, Bertha, usando sus meras manos, le arranca el casco y la quijada en un único movimiento. Recoge su espada, alza su mirada y salta de inmediato hacia otro enemigo cercano, afuera, expuesto.

    Parece que los contrincantes son un grupo mixto de novatos y expertos. Algunos actúan como asesinos entrenados, otros, como novatos asustados. Bertha corta al enemigo en dos con una facilidad inusitada, incluso para Vladislav. Pronto lo notamos, poco pudimos hacer al momento en que Bertha termina decapitada por el filo de una espada enemiga… «Quien mata a espada, morirá a espada», decía Bertha, sucede así tristemente. El sudor y la sangre recubren el suelo en un acto brutal.

    Vladislav sale al exterior, moviéndose como guepardo, intentado someter al enemigo. Hacha contra espada. Resuenan los impactos en un movimiento impresionante, varias veces vi duelos con armas cuerpo a cuerpo, pero este duelo me aterra, danzan y cortan el viento en intentos asesinos de ataques, defensas y esquivas, símiles que jugadores de ajedrez en una partida frenética. Salgo con mi machete en alto, dispuesto a ayudar, cuando una granada de energía explota cerca de mi posición. Consigo esquivar la detonación por poco gracias a los tiempos de reacción mejorados que me ofrece el traje. Me deslizo en el asfalto, derrapo un largo trecho antes de conseguir detenerme, empujado por la onda expansiva. Enfoco mi atención en el otro rival. Dos contra dos. Típica batalla final.

    Rápidamente me abalanzo contra el enemigo, que desenfunda un cuchillo; intento atinarle varios tajos directo al cuello. Pero él, con una agilidad superlativa, logra acertarme tres puñaladas en la espalda, siento mucho dolor, intenso, agónico; pero con un giro rápido mi machete se entierra en su cuello, que continua su avance hasta hacerle trizas el esternón. Muere. Giro mi vista hacia Vladislav para descubrir, aterrado, que la punta de la espada le traspasa el abdomen. Noto que su enemigo ha sido debilitado por un poderoso golpe, se inclina del lado derecho, mermado para lo que vendrá después. Vladislav cae entre agónicas exhalaciones.

    Solo quedamos los dos. No siento el golpe hasta que es demasiado tarde. Pierdo mi brazo derecho en un tajo limpio, y por poco caigo al suelo mientras me desangro. El enemigo se acerca para finalizar conmigo. Aprovechándome de su exceso de confianza, con un último esfuerzo impulsado por la adrenalina, fortalezco la musculatura de mi brazo izquierdo. Alzo el machete y consigo destrozarle el cráneo.

    Me desangro. El traje contiene la hemorragia al apretar mi muñón. «Batalla terminada» aparece en el cielo. El escenario desaparece lentamente, deja una habitación inmensa casi interminable, gobernada por una oscuridad que devora cualquier cosa al alcance.

    —Supongo que ahora con un solo brazo estaré más que jodido en las siguientes batallas. Tal vez… —solo puedo exhalar.

    Miro hacia el cielo mientras desaparece de la bóveda celestial el reloj y el mensaje etéreo e intangible, también desaparece ese cielo nuboso y azuleo que otorga al ambiente una apariencia terrenal, apenas una simulación.

    Y entonces el horror… porque se revelan múltiples ojos monstruosos de muchas formas y colores; parpadeantes, moviéndose sus pupilas hasta enfocarse en mí. En aquel momento sus risas hórridas se reproducen en el aire como ecos cacofónicos e insoportables… No somos más que entretenimiento para estos «dioses» insensibles, seres que juegan con nuestras vidas únicamente para su deleite grotesco. Todo nuestro sufrimiento, todas nuestras luchas, todos nuestros desesperados intentos… no tienen ningún propósito. Solo somos piezas intercambiables en un juego interminable.

    —Malignos espectadores… Malignos seres hórridos que nos trajeron aquí. Eternamente los maldigo y también maldigo su juego cósmico…

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  ➤ Cristian es un escritor y psicólogo colombiano que ha participado en diversas antologías y revistas tanto nacionales como internacionales. Su gusto por el terror, la ciencia ficción y el drama en lo cotidiano es clave en su trabajo. Algunas de sus obras son:
  • Cuento "Bajo tierra" (2023), El Bosque de los susurros: Historias de terror entre raíces y secretos, ITA Editorial
  • Cuento "Crónicas finales" (2023), Espejismos y sombras: Relatos de mundos inexplorados, ITA Editorial
  • Cuento "Trompetas del apocalipsis" (2023), Leer en la nube, Pezuña de plata 2023
  • Poema "Perdido en el abismo" (2023), Cosmos de tinta: Antología de poetas emergentes y consagrados, ITA Editorial
  • Cuento "Dama de blanco", (2024), Miedo y 12 historias de terror, Historias Worter
  • Cuento "Nocturno" (2024), Revista Sombra Etérea III
  • Cuento "Laberinto" (2024), Revista Pactum II
  • Cuento "Al filo de la espada" (2024), Revista Dogevena IV
  • Cuento "Secuencia ecoica" (2024), Revista Inquisidor II
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