Bordado
escrito por Egeria Hipona
Gabriela no había dejado de bordar desde que tenía memoria. Aquella actividad la había apasionado desde los cinco años y ya en dos décadas su técnica era perfecta. La aguja se movía precisa entre sus dedos, que manejaba con soltura y una energía envidiable. Las telas en unas cuantas horas se renovaban con sus creaciones y dibujos coloridos, complejos y detallados.
A los árboles les hacía líneas de corteza y todas sus hojas tenían patrones diferentes. Los animales lucían sus garras, sus patas, sus hocicos, su pelaje multicolor. Cada construcción era única, porque todas las sacaba de su vasta imaginación.
Ahora Gabriela había adquirido un nuevo proyecto, uno ambicioso. Gabriela decoraría su propia piel cual tela de algodón. Así que dispuso su área de trabajo en el taller.
Tomó un delicioso baño y secó la piel acanelada con una toalla suave y afelpada. Se sentó desnuda en su silla y tomó los mejores hilos; los más caros, resistentes y bonitos. Escogió una aguja delgada que brillaba ante la luz de la lámpara en su mesa de trabajo. Manos a la obra.
El primer pinchazo en su muslo derecho fue el que más le dolió, pero era el primero. Respiró hondo para relajarse. Una y otra vez la aguja atravesó su piel, una y otra vez el hilo de color amarillo dejó su diseño y se tiñó de rojo. La sangre bajaba en hileras, goteando en el suelo de madera.
Gabriela ya no se sobresaltaba por el dolor constante, se había acostumbrado y pensaba que era una nimiedad porque cuando acabase, su cuerpo se vería precioso. Así que después de acabar con su pierna, habiéndole dejado unas flores con colibríes en el muslo y una catedral en la pantorrilla, decidió ir por su hombro y brazo izquierdo. Está vez usaría primero un hilo verde como pasto. No le importaba que se manchara por ahora, luego podría lavarse y el resultado la haría brillar. Continuamente, puntada tras puntada y hora tras hora. Pasó por sus senos, el esternón e inclusive bordó una hermosa enredadera en la cicatriz de una cesárea; aunque los diseños no se apreciaban bien todavía, la sangre opacaba los colores de los hilos.
No acabó de bordar toda su piel, faltó la pierna izquierda y el brazo derecho, así como su cuello, rostro y espalda, la cual sabía que le costaría muchísimo trabajo. Decidió que por el momento lo dejaría así, hasta el día siguiente. Con un baño de agua fría lavó la sangre y relajó el cuerpo. Habiéndose terminado de secar, se miró frente al espejo para contemplar su trabajo. Se elogió a sí misma con gran orgullo.
Gabriela notó un cuerpecito asomarse detrás de ella. Su niño de tres años había despertado al fin.
—Mami, ¡qué lindo! —comentó el pequeño con asombro. Su mamá estaba tan colorida como las mantas que lo abrigaban al dormir.
Gabriela sonrió, halagada. Los niños daban los mejores halagos.
—Gracias, mi cielo —le respondió mientras le acariciaba la suave cabellera negra.
—¿Puedo tener un bordado como vos? Quiero verme igual que vos, mami.
Gabriela se rio enternecida. Se agachó para mirar a los ojos al pequeño. Acarició la mejilla regordeta de su hijito, suave, muy suave. Le sonrió.
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➤ Egeria es una escritora costarricense cuya trayectoria estuvo relegada a su uso personal hasta hace poco. Es jefa administrativa de la revista digital Retazos de Ficción, en la cual ha empezado a compartir sus obras.
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