El último suspiro



escrito por Lápiz White

    La Tierra se encontraba al borde del colapso, y yo era testigo impotente de su deterioro. Los cielos grises se reflejaban en los océanos contaminados, revelando un mundo marchito y agonizante. Los bosques, una vez exuberantes, ahora eran solo sombras de lo que habían sido, con hojas marchitas y troncos retorcidos por la contaminación. Las ciudades, antes bulliciosas y rebosantes de vida, yacían en ruinas, asfixiadas por la polución que las sofocaba. Las calles desiertas eran un eco del pasado, un recordatorio de los días en los que la esperanza aún brillaba débilmente. En medio de este sombrío panorama, la humanidad se enfrentaba a su última oportunidad, y yo, llena de miedo y con las manos atadas, no podía hacer nada mientras el reloj del apocalipsis avanzaba inexorablemente hacia la oscuridad total. Me preguntaba una y otra vez si todavía quedaba una llama de esperanza que se resistiera a la eminente desolación.

    Todo indicaba que se avecinaba un caos inminente. Sin embargo, a pesar de mi conocimiento sobre lo que estaba por venir, decidí enfrentar lo que sería mi último reto: unirme a VitaCorp, una de las corporaciones farmacéuticas más grandes e influyentes del mundo. Su misión urgente era encontrar una cura para las enfermedades causadas por la avasallante contaminación, una tarea abrumadora pero vital en medio de la crisis sanitaria que se avecinaba. Con mucho entusiasmo y cierta esperanza, decidí asumir el puesto. Mis años dedicados a la investigación farmacéutica me decían que debía sumergirme de inmediato en esta nueva etapa de mi vida, para investigar los medicamentos que combatirían la grave situación que enfrentaba la humanidad.

    Cada día traía consigo un nuevo desafío, los laboratorios de VitaCorp vibraban con la energía frenética y la urgencia de nuestra misión. Los pasillos, iluminados por una luz blanca y fría, estaban llenos de técnicos que se movían con precisión y propósito, al mismo tiempo, los científicos ya con mirada cansada, pero decidida, compartían hallazgos y teorías.

    La presión era asfixiante, aunque también era la razón por la que estábamos allí. A cada instante la esperanza y el miedo se entrelazaban en nuestro interior mientras luchábamos contra el tiempo, conscientes de que nuestras decisiones podrían inclinar la balanza entre la vida y la aniquilación.

    Las pruebas realizadas en ratones y células humanas eran prometedoras, pero aún carecíamos de una respuesta definitiva. La contaminación no se limitaba a ser un problema físico; se había infiltrado en el tejido social y en los ánimos de las personas. Las calles estaban plagadas de máscaras, y en los ojos de la gente se reflejaban el miedo y la incertidumbre. ¿Cómo podríamos sanar algo tan terrible y profundo

    Los días pasaban sin pausa, extenuantes, colmados de trabajo frenético, de mucha actividad, donde las soluciones se mostraban esquivas, como si el esfuerzo invertido no sirviera para nada. La sensación de estancamiento crecía, reflejada en cada mirada cansada y en cada conversación en la que se repetían las mismas preocupaciones.

    Un día, mientras indagaba en los oscuros rincones de VitaCorp, me encontré con un cúmulo de secretos inquietantes que desafiaron todo lo que había creído. Cada revelación me sumergió más en un mundo desconocido, lleno de enigmas y riesgos, donde la verdad se convirtió en un bien preciado y la traición acechaba en cada esquina. A medida que avanzaba en mi angustiosa búsqueda por la cura, comprendí que mi misión era mucho más compleja de lo que había imaginado, y que mi vida pendía de un hilo en medio de un entramado de intrigas y conspiraciones.

    En lo más profundo de la corporación, los altos ejecutivos se confabulaban en secreto para llevar a cabo un plan siniestro: desarrollar un medicamento que prometía ser la solución a los problemas de salud, pero que ocultaba una peligrosa verdad. Esa supuesta cura era, en realidad, un veneno mortal, una modificación genética diseñada para crear una nueva especie de humanos capaces de sobrevivir en un mundo contaminado, alterando la evolución de la humanidad de manera irreversible. La avaricia de los directivos amenazaba con precipitar al mundo hacia su destrucción, y yo me encontraba retenida en esta red de secretos y conspiraciones que ponían en riesgo no solamente mi vida, sino la de aquellos que me rodeaban.

    Atrapada en un torbellino de emociones y peligros, me vi obligada a tomar decisiones complejas y arriesgadas para sobrevivir. A pesar de todo, mi determinación y mi compromiso de ayudar a los demás fue más fuerte, impulsándome a seguir adelante para enfrentar cada obstáculo con valentía y decisión. En ese camino arriesgado hacia la verdad me transformé de una simple investigadora a una heroína, dispuesta a enfrentar los desafíos que se avecinaban para defender el bienestar de la humanidad.

    Decidí abandonar la corporación, resuelta a buscar ayuda y revelar la verdad que amenazaba con destruirlo todo. Sabía que el abismo en el que estaba era más profundo de lo que podía imaginar, y que mi lucha apenas estaba comenzando.

    Pese a estar consciente de la magnitud de la tarea que había emprendido, sabía que no podía afrontar esto sola. Comencé una búsqueda frenética de aliados leales, convirtiéndome en fugitiva de mi propia empresa. Recorrí ciudades arrasadas, esquivando drones de vigilancia y enfrentándome a bandas de saqueadores que buscaban poder y riqueza. Mi única esperanza era encontrar una solución efectiva, un método para revertir el desastre y salvar a la humanidad de la crisis inminente. Pero también me di cuenta de que quizás el cambio radical que necesitábamos no solo pasaba por la cura, sino por reconstruir la confianza, el cambio entre las personas y restablecer un sentido de comunidad.

    Cada paso que daba estaba lleno de riesgos y traiciones, pero también me acercaba más al núcleo de la conspiración. No podía bajar la guardia ni rendirme, la verdad debía salir a la luz, aunque eso implicara perderlo todo. No fue fácil adentrarme en las sombras de la corrupción. Tenía que mantener mi mente enfocada y mi objetivo claro, lista para luchar hasta el final por lo que consideraba justo y necesario.

    Había que actuar con astucia y coraje, porque cada revelación me acercaba a desmantelar un sistema corrupto que amenazaba con devorarlo todo a su paso. Ya no se trataba solo de sobrevivir, era el momento de tomar las riendas del destino.

    En ese momento decisivo me encontré con dos aliados inesperados: Carlos Aguirre, un ingeniero informático experimentado con un talento innato para vulnerar sistemas de seguridad; y Ana Santander, una bióloga apasionada por la naturaleza y con un profundo conocimiento en genética.

    La adversidad nos había empujado a trabajar juntos, formando un equipo decidido para desmantelar los oscuros planes de VitaCorp. Sin embargo, a medida que profundizábamos en la trama que rodeaba a la corporación, el ambiente se tornaba cada vez más opresivo. Los secretos ocultos comenzaban a manifestarse, envolviéndonos en una atmósfera densa, cargada de muchas tensiones a nuestro alrededor. Nos dimos cuenta de que el misterio que envolvía a la empresa era más retorcido y peligroso de lo que habíamos imaginado. La incertidumbre se palpaba en el aire, mientras el tiempo se agotaba. Sabíamos que cada paso que dábamos nos acercaba a una verdad inquietante, y con cada revelación, la sensación de peligro se intensificaba. No había vuelta atrás; estábamos atrapados en un juego del que, tal vez, no saldríamos ilesos.

    ¿Podríamos descubrir la verdad antes de que fuera demasiado tarde? El destino de la humanidad pendía de un hilo, y yo junto a mis valientes compañeros, estábamos dispuestos a arriesgarlo todo por la esperanza de un mundo mejor. La lucha por la verdad y la justicia había comenzado, y nada ni nadie nos detendría en nuestra misión.

    Los días avanzaban lentamente mientras profundizábamos en nuestra investigación, y en uno de esos momentos noté que Carlos me observaba intensamente, como si un hilo esperanzador nos uniese. Había algo más que el cumplimiento de una misión compartida; en su mirada había confianza, nostalgia, un tenue destello de conexión que sugería que quizá éramos más que solo aliados. No obstante, el alarmante apego que comenzaba a gestarse entre nosotros era un lujo que no podíamos permitirnos, considerando que nuestra existencia estaba amenazada.

    Con una voz apenas audible, Carlos rompió el silencio que nos envolvía: ―Elena, ¿estás segura de esto?

    Su preocupación era palpable, como si el peso de nuestras acciones amenazara con destrozar lo que había entre nosotros. No podía ignorar la tensión en su tono, había un temor subyacente, uno que no solo provenía del riesgo de ser descubiertos, sino de la posibilidad de que este pudiera ser nuestro último encuentro. El suspenso se adensaba, y el futuro se tornaba incierto, pero en ese instante debíamos decidir.

    Su mirada, antes melancólica, se endureció con firmeza mientras decía con tono decidido: ―Los pasillos de VitaCorp están altamente protegidos. Cámaras de seguridad, sensores de movimiento y guardias armados dificultarán nuestra entrada a las áreas restringidas... Elena, es imposible, perderemos la vida.

    Consciente de la gravedad de la situación, respondí: ―Carlos, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras la humanidad sufre. Debemos sacar a la luz la verdad, intentar revertir el proceso y hallar la forma de purificar la sangre de los infectados.

    Ana, mientras tanto, señalaba en la pantalla de la computadora la ubicación precisa de los laboratorios secretos de VitaCorp: ―Miren esto, aquí están los archivos, las pruebas de la manipulación genética. Los dirigentes de VitaCorp han pretendido ser dioses, y ahora debemos enfrentarlos.

    Mientras escuchaba a Ana, con gran atención, una idea se encendió en mi mente, como una chispa ante la oscuridad. Necesitábamos un plan sólido, más que un grito de rebeldía.

    ―Si conseguimos infiltrarnos y recopilar la información necesaria, no solo revelaríamos sus crímenes, sino que también podríamos encontrar una fórmula que detenga la infección de raíz. ―Ana me miró, su rostro reflejaba tanto determinación como miedo―. ¡No tenemos tiempo que perder, debemos actuar antes de que los tentáculos de VitaCorp se cierren sobre nosotros para siempre!

    Y así, conocida la ubicación exacta, decidimos infiltrarnos en la sede de la corporación. La tensión era palpable mientras avanzábamos cuidadosamente con nuestros disfraces puestos: yo, bajo mi apariencia de limpiadora, sentía cómo el sudor frío recorría mi espalda, mi corazón latiendo desbocado al compás de la conjura que habíamos urdido. Por fin llegamos al despacho del CEO, donde los directivos se reunían en secreto para planear sus oscuros planes. La sala estaba envuelta en una atmósfera cargada de misterio y peligro, y mientras nos acercábamos sigilosamente, podíamos escuchar los murmullos de los presentes y sus susurros conspiratorios.

    De repente, un grito rompió el silencio; nos habían descubierto. La voz del Dr. George Sinclair resonó como un eco siniestro en el pequeño despacho:

    ―¿Qué haces aquí? ―Sus ojos penetrantes se clavaron en los míos mientras preguntaba nuevamente con una risa sarcástica―: ¿Qué haces aquí, Elena Montiel? La farmacéutica ejemplar. ¿Qué te ha traído hasta mí?

    Apreté con fuerza las pruebas y los archivos reveladores entre mis brazos, como si fueran la espada de la justicia, mientras veía a Sinclair acercarse lentamente.

    ―Esto ―respondí con firmeza―. Es la verdad sobre el medicamento. La humanidad no necesita mutaciones, necesita redención. No podemos sacrificar nuestra esencia en el altar de la supervivencia.

    Mis palabras resonaron con una intensidad palpable, alcanzando cada rincón del salón y tocando a cada uno de los presentes. La atmósfera se cargó de una tensión expectante, mientras Sinclair, con su mirada fija en mí, se acercaba lentamente. Su expresión se tornaba cada vez más sombría y desafiante, como si cada paso que daba aumentara el peso de las palabras que acababa de pronunciar.

    El doctor me observó en silencio, y por un momento, su expresión impasible mostró un destello de sorpresa y quizás un atisbo de admiración en sus ojos. Sabía que mis palabras habían tocado una fibra sensible en su interior, pero su avaricia prevaleció, rompiendo el silencio con una sonrisa enigmática:

    ―Interesante perspectiva, Elena. Pero recuerda que, en este mundo cruel y despiadado, la supervivencia a toda costa es la ley suprema. ¿Estás segura de que estás dispuesta a enfrentarte a nosotros?

    Sin dejarme intimidar, asentí con mucho coraje: ―Estoy más que preparada y dispuesta, doctor, porque sé que la verdadera esencia de la humanidad no se perderá en el camino. Estoy aquí para luchar por la verdad y la redención, cueste lo que cueste. ―Asombrados, Carlos y Ana me observaban mientras yo continuaba diciendo―: Sabemos que se ha involucrado en experimentos que cruzan los límites morales, buscando avances científicos a cualquier costo.

    Mis palabras volvieron a resonar con tal fuerza, que el aire de la habitación, se tornó denso y electrizante.

    Sinclair se detuvo y, al levantar sus ojos fríos, sentí que me cortaban como el acero de un bisturí. Respondió: ―Elena, la humanidad es débil, necesita evolucionar para sobrevivir en este mundo agonizante.

    Me acerqué aún más, mientras mi voz se agudizaba con indignación: ―¿A costa de qué? ¿De nuestra humanidad? ¿De la decadencia moral y la pérdida de nuestra compasión? No permitiré que la avaricia nos arrastre al abismo. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para imponer tu visión, Sinclair?

    Los directivos se rieron, sus carcajadas llenaban la habitación, mientras uno de ellos, con una sonrisa despectiva y burlona me dijo: ―Elena, eres demasiado sentimental. La avaricia es lo que nos ha llevado a la cima, los que nos da poder. No vamos a retroceder ahora.

    Sus palabras, llenas de desprecio, subrayaban la frialdad de sus intenciones.

    Carlos se negaba a rendirse y mientras yo mantenía a los directivos ocupados con mis preguntas incisivas, él se dedicaba a hackear los sistemas de VitaCorp, filtrando pruebas al mundo exterior.

    ―La verdad será revelada ―proclamó desafiante y esperanzado―. Las imágenes de las mutaciones genéticas se proyectarán en las paredes de las ciudades, como una advertencia silenciosa. 

    Mostramos al mundo todos los experimentos inhumanos que se habían llevado a cabo en animales, revelando los efectos devastadores que habían causado. El destino de la humanidad pendía de un hilo, se había visto traicionada, y los corazones de los resistentes latían al unísono, como tambores de guerra. La gente tenía miedo, pero algunos habían despertado de su letargo, dispuestos a enfrentarse a los transformados, a los seres que alguna vez fueron seres humanos.

    George Sinclair, el CEO de VitaCorp, rugió como una bestia acorralada: ―¡Elena, esto no cambiará nada! ¡La resistencia es inútil, la evolución y la mutación de la Raza Humana es inexorable!

    Con la mirada firme y la mente endurecida como el acero, sabía que la verdad no tardaría en revelarse, aunque la locura se apoderara de aquellos que la enfrentaran. La humanidad se levantaría en armas contra la corporación, como un gigante despertando de su letargo dispuesto a luchar por su libertad. Sin embargo, algo me seguía perturbando en lo más profundo: la Tierra estaba al borde del abismo. La contaminación, la destrucción y la insaciable avaricia de los humanos habían llevado al planeta al límite de su resistencia. La última oportunidad se había agotado y el reloj del apocalipsis avanzaba ineludiblemente hacia su fatídico desenlace.

    Las miradas de Carlos y Ana, mis últimos aliados en esta desesperada batalla, se encontraron en medio del caos que nos rodeaba. Ana susurró con voz temblorosa: ―Hay una última esperanza… Descubrí algo en el laboratorio, un proyecto secreto. Un suero que podría revertir la mutación, devolvernos nuestra humanidad.

    ―Ana… ¿Qué éstas diciendo? ¿De qué estás hablando?

    No podía entender ni creer lo que estaba escuchando, mis ojos se abrieron de par en par ante aquellas palabras cargadas de un destello de luz y esperanza. La posibilidad de recuperar lo que una vez fuimos, de dejar atrás esta pesadilla que nos había consumido, era como un rayo en medio de la oscuridad. Era la oportunidad de renacer, de reconstruir nuestras vidas y de volver a ser quienes éramos antes de que todo se desmoronara.

    Me aferré a esa posibilidad en medio de tanto caos; lejana pero posible de un futuro mejor. Mientras corríamos por los pacillos vacíos, nuestros pasos resonaban, como caballos desbocados hacía el laboratorio, ansiosos por descubrir la verdad detrás de aquel proyecto secreto. Al entrar al laboratorio, una jeringa brillaba en la penumbra, conteniendo el suero que prometía una salvación incierta. La tomé con manos temblorosas, sintiendo una fuerza esperanzadora irradiar en mi pecho.

    ―Si esto funciona, podríamos salvarnos ―susurré, compartiendo este breve momento con mis compañeros en medio de tanta ofuscación. Luego, apenas conteniendo la alegría, dije con emoción―: ¡Amigos! ¡Ya tenemos el suero!

    ―¿Y ahora qué hacemos?

    ―Creo que tenemos que probarla entre nosotros, es la única forma de saber si funciona.

    Entonces, cuando estaba a punto de inyectarme, mi compañero Carlos con una angustia pintada en su rostro, me detuvo: ―¡Elena, no hagas esto! Nos hemos unido en una causa común, desafiando al sistema que nos ha esclavizado con mentiras y engaños. Sabes bien que, a medida que profundizábamos en la oscuridad que nos rodeaba, descubrimos una verdad más aterradora: la humanidad está enfrentando su propia extinción.

    ―Lo sé, sé lo que dices ―contesté con firmeza―. Sé que el mundo está al borde del abismo, pero la avaricia y el poder han dejado cicatrices profundas en nuestra piel y en nuestra alma. Si inyecto el suero y tiene efecto, podemos salvarnos. Podemos ser la chispa que encienda la esperanza.

    Carlos me arrebató la jeringa y, en cuestión de segundos, se inyectó el suero en su brazo. El dolor lo atravesó como un relámpago, y la misteriosa sustancia se filtró en su cuerpo, volviendo su piel translúcida de inmediato. Sus ojos antes brillantes, se volvían opacos desgarrándose ante la carga de la responsabilidad, como si llevara el destino del mundo en sus espaldas. Como si la verdad misma lo hubiera desnudado capaz de traspasar sombras y engaños.

    ―Si esto es la salvación ―murmuró Carlos―, entonces sufriré las consecuencias, pero no olvides que la luz también puede cegarnos.

    No podía creer lo que estaba presenciando: la transformación de Carlos, atrapado entre la esperanza y la resignación. El suero, que prometía salvación, se reveló como un engaño, una trampa más de la oscura y corrupta corporación. Con voz temblorosa, Carlos pronunció sus últimas palabras que me calaron en lo más profundo, desgarrando por completo mi corazón: ―La humanidad no merece la salvación, hemos agotado nuestra última oportunidad. Somos los verdugos de nuestro propio destino.

    En ese instante en que se desvanecía por completo, un silencio sepulcral invadió el laboratorio, como si el tiempo se detuviera.

    ―¡Estamos presenciando el final! ―dijo Ana con voz aterradora. Nos abrazamos con gran desesperación, mientras nuestras lágrimas se entrelazaban con el sudor que empapaba nuestros rostros, entre tanto, un terremoto sacudía nuestras entrañas.

    El cielo se oscureció cerrándose amenazante sobre nosotras como un puño implacable. La desolación y la avaricia, esa bestia insaciable, comenzaban a devorar cada rincón del planeta. Los ecosistemas, antes vibrantes, se desmoronaban como castillos de arena ante la marea creciente. La naturaleza, en su generosidad y paciencia, ahora yacía herida de muerte. Los ríos, previamente cristalinos, eran venas envenenadas. Los bosques, antaño refugios de vida, se convertían en esqueletos de árboles calcinados. Todo se desmoronaba ante nuestros ojos incrédulos, así como mis miedos que una vez se materializaron como un castigo implacable por nuestros pecados contra la naturaleza.

    ¡Nadie había ganado, la humanidad en pleno había perdido! Las sombras se alzaron, como espectros vengativos, sedientos de almas y el mundo colapsó en un susurro de desesperación. Intentamos resistir, aferrándonos a los últimos vestigios de lo que alguna vez fue nuestro refugio, nuestro hogar, nuestro planeta. Era demasiado tarde, la extinción de la raza humana era inminente. El apocalipsis se cernía sobre nosotros, como una ola destructora que arrasaría con todo a su paso.

    Me di cuenta de que habíamos sido los arquitectos de nuestra propia destrucción. La violencia, la codicia, la arrogancia… todo había contribuido a este abismo sin fondo. Mientras el mundo se desmoronaba ante mis ojos, me aferraba a la esperanza de un nuevo comienzo… ¿un nuevo sueño? ¿Una humanidad nueva?! ¡quizás!, ¿que aprendiera de nuestros errores y valorara la belleza y la fragilidad de la vida en la Tierra?... ¡tal vez!

    El implacable paso del tiempo nos acorralaba. Como un reloj sin cuerda, se agotaba, y el estruendo de la destrucción final resonaba en mis oídos, recordándome lo que había hecho el humano durante toda su existencia. No quedaba más que el eco de los recuerdos, como suspiros atrapados en una botella lanzada al mar.

    ―¿Hemos llegado demasiado lejos? ―me pregunté en silencio, mientras las estrellas como faros distantes, se apagaban una a una en el firmamento, como si también lloraran la pérdida. ¿Era este el precio que pagábamos por nuestra soberbia?

    La soledad poco a poco se aferraba a mí como una sombra sin rostro. El mundo, que alguna vez había sido un mosaico de colores y sonidos, se desvanecía delante de mí en esta profunda oscuridad. La devastación había dejado su huella en cada rincón, como un tatuaje imborrable en la piel de la Tierra.

    ¡No había salvación posible! El humano, esa criatura de ambición desmedida, había sellado su destino con su propia codicia. El egoísmo y la falta de respeto por la vida en todas sus formas nos habían llevado a un pozo sin fin.

    En medio de la ruina y la desolación, en ese pequeño suspiro de vida que aún me quedaba, me di cuenta de que la verdadera tragedia no era el fin del mundo, sino la pérdida de la humanidad en su lucha por el poder y la dominación. Los rostros que alguna vez conocí y que me habían acompañado hasta el final de esta lucha se habían desvanecido como pájaros migratorios que nunca regresarían.

    La Tierra se despidió de mí, sumiéndose en un silencio sepulcral. El viento, que solía susurrarme secretos entre las hojas, ahora era un gemido apagado. Yo quedé atrapada en ese limbo, esperando mi último aliento. No había más nada por hacer, solo el eco vacío de un pasado perdido para siempre.

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  ➤ Lápiz es una escritora venezolana incipiente con gran pasión por el mundo literario.
  ➤ Pueden encontrarla en Facebook.

Comentarios

  1. Excelente narrativa con mucha imaginacion , aportando y creando una atmofera de intriga , suspenso y a su vez con tentativa de solucion. Con un final diferente al que uno esta acostumbrado.

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