Profundo
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Foto de Carlos Jamaica |
Desde niño soñé en convertirme en biólogo marino. Me encantaba pasar horas frente a la playa recogiendo pequeñas conchas, tomando como mascotas a los cangrejos y observando ballenas en el horizonte.
Sin embargo, mi padre se opuso. Él quería que estudiara ingeniería aeroespacial y siguiera sus pasos en la NASA diseñando cohetes. Traté de hacerle entender que el mar era mi vida, pero, por su parte, él aseguró que el océano ya no tenía nada que ofrecernos y que era en el espacio donde se encontraba el futuro de la humanidad.
Discutimos por horas hasta que, harto, puso un ultimátum: estudiaba lo que él quería o me iba de casa. Escogí lo segundo. Fue difícil, pero no me rendí y, aunque no pude convertirme en biólogo marino, como buzo del ejército conseguí estar tan cerca del mar como siempre quise.
Pasaron diez años antes de que me reencontrara con mi padre. Fue durante una misión en el Triángulo del Diablo. Después de un despegue fallido, un componente radiactivo se hundió en la zona y era deber de mi unidad recuperarlo.
Cuando me vio, pensé que se alegraría o que al menos se mostraría sorprendido. En su lugar, se acercó a mí y me susurro al oído lo siguiente: «Ahora entenderás por que el futuro está en el espacio». Después de eso y sin más explicaciones, se apartó. Yo me sumergí.
Todo fue normal hasta los novecientos metros. Apenas vislumbramos el objetivo, lo enganchamos con un cable que lo subiría a la superficie. Cuando estábamos por halar de este, algo sucedió.
Un colosal ser blanquecino, con cuerpo de serpiente, rostro de hombre, seis ojos de cabra y un conjunto de cuernos asimilando una corona, apareció ante nosotros y sin previo aviso. Nos atacó. Perdimos a tres elementos antes reaccionar y, en venganza, le hicimos retroceder a base de arpones y pequeños explosivos.
Iracunda por nuestra osadía, la criatura abrió la boca y lanzó un potente gruñido que aun debajo del agua reventó nuestros tanques de oxígeno. De tal modo mató al resto de mis compañeros en el acto.
Con las pocas fuerzas que me quedaban me aferré al cable y tiré de este con la esperanza de que también me subieran. Mi plan funcionó. Mientras ascendía la bestia trató de alcanzarme, pero le disparé una bengala que al impactar uno de sus ojos le hizo volver a la oscuridad del océano.
Al llegar a la superficie, mi padre y su equipo me sacaron del agua junto al objetivo. De inmediato encendieron motores para irnos de ahí.
Mientras me recuperaba pude ver cómo todos me miraban consternados. Sin embargo, no era por mi estado, sino porque estaba allí. Entonces lo entendí, ellos sabían de aquella cosa desde el principio. «Eso» es la razón por la que exploramos los confines del espacio y nos olvidamos de las profundidades del mar. Después de descubrir lo que se encuentra allá abajo, comenzamos a buscar una ruta de escape.
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➤ Ronnie es un escritor mexicano que ha colaborado en múltiples revistas y blogs tanto nacionales como internaciones. Algunas de estas son:
- “Mis queridos padres” (2019) Revista Awita de Chale
- “Entre nosotros” (2020) No. 5 de la Revista Clan Kutral (Chile)
- “La luz” (2020) Clan de letras de la Editorial Elementum
- “La crónica Jiménez” (2021) Revista Literatura.si (Eslovenia)
- “El guardián” (2022) No. 38 de Pretextos literarios
- “Dulce venganza” (2023) Revista Papenfuss (España)
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